Por Ignacio Bustamante
En Chile este último tiempo hemos observado hechos que parecen ser dignos de incluir en una comedia cinematográfica: diputados entrando a la Cámara con capuchas, otros cantando en el Congreso, otros diciendo que el capitalismo genera pobreza y que en realidad es el comunismo el que defiende la propiedad privada, otros sosteniendo que fue un error firmar leyes anti robo – o anti saqueo -, otros sosteniendo que es inaceptable que la propiedad privada esté por sobre cualquier otro valor como si ésta fuese un valor, reconocidos artistas nacionales incitando a quemar los supermercados y así se podría seguir la lista.
Pese a los cómicos e inaceptables hechos que apreciamos a diario - por parte de líderes políticos y de distintas figuras públicas -, nos mantenemos atrapados en lo coyuntural. Nos pasamos días, semanas, meses y años comentando estos hechos. Comentamos y compartimos noticias y videos sobre actualidad en nuestras redes sociales, nos pasamos buena parte del día leyendo noticias sobre lo que dijo el político A o el político B, copiamos y pegamos fotos y memes criticando el actuar de tal o cual sector político.
En buena medida, el hecho de que tengamos una clase política tan lamentable es producto de que ninguno de nosotros, a lo largo de las últimas décadas, ha hecho esfuerzos para lograr que los iluminados políticos, burócratas e ingenieros sociales nos respeten. Quiero aquí hacer un quiebre y someter a la consideración de ustedes las siguientes reflexiones, algunas de ellas expuestas en reiteradas ocasiones por el gran pensador liberal argentino Alberto Benegas Lynch (h) (véase por ejemplo su columna Los que sólo se quejan).
Propongo que todos y cada uno de nosotros hagamos un ejercicio de reflexión y tomemos distancia por un momento de la coyuntura. Ahorremos esa energía y ese tiempo que destinamos día a día en leer detenidamente las noticias del día en los periódicos y en seguir las redes sociales, y concentrémonos en estudiar las cuestiones de fondo, es decir, las ideas.
El tema no es quejarse de las estructuras políticas, el tema es anterior. El político, en última instancia, es un cazador de votos. Si quiere ganar elecciones, tiene que necesariamente articular un discurso en la dirección de lo que la opinión pública está demandando. ¿Pero qué es lo que la opinión pública está demandando? La opinión pública demanda las ideas que predominan y circulan en su entorno cultural, es decir: en los colegios, en las universidades, en los programas de televisión, en las emisoras de radio, en las redes sociales, en la música que escuchan, en las reuniones sociales, etc. ¿Pero de dónde se originan en última instancia estas ideas? Se originan en primera instancia en un pequeño círculo de intelectuales.
Estos intelectuales son todos aquellos quienes producen las ideas y las colocan en circulación: filósofos, sociólogos, historiadores, economistas, juristas, etc. Ellos son quienes reflexionan acerca de cuáles debiesen ser las ideas que las sociedades debiesen abrazar si quieren prosperar.
Cuando hablo de las ideas, me refiero a las reflexiones acerca de temas como por ejemplo: cuál debiese ser el ideal de Justicia que se debiese alcanzar mediante la ordenación del sistema jurídico e institucional en una sociedad, el verdadero significado del Derecho – derechos individuales, derechos positivos, derechos negativos, derechos sociales, etc.- el concepto de libertad, la guerra contra las drogas, el aborto, el concepto de pobreza, la visión y la función que cumple el empresario en la sociedad, el concepto de felicidad, el concepto de violencia, de la sexualidad, el rol de la desigualdad, los movimientos políticos – feminismo, ecologismo, etc.-, sistemas o doctrinas políticas y económicas – socialismo, capitalismo o libre mercado, intervencionismo, totalitarismo, comunismo, democracia, socialdemocracia, monarquía, liberalismo, conservadurismo, Estado de Bienestar, etc.- En suma, no hay prácticamente nada de lo que discutimos diariamente con los demás que no haya sido previamente tratado de manera sistemática y en profundidad por los intelectuales.
Para ilustrar el punto anterior, me gustaría citar a tres de los intelectuales más influyentes del pasado siglo XX, cuyas ideas hasta el día de hoy siguen definiendo, en mayor o menor grado, las bases de la política social y económica que siguen los países en gran parte del mundo.
Como bien señala el premio nobel en economía Friedrich Hayek en su artículo The Intellectuals and Socialism: “Los puntos de vista de los intelectuales determinan las políticas del mañana […] Lo que a un observador de nuestros días le parece una disputa surgida de un conflicto de intereses, en realidad se ha decidido mucho antes en una confrontación de ideas que ha tenido lugar en círculos más restringidos”.
En la misma línea, John Maynard Keynes, el arquitecto intelectual de la política económica que se sigue en gran parte de los países de América Latina y de Europa, sostiene en su The General Theory of Employment, Interest and Money que: “Las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto si tienen razón como si están equivocados, son más poderosas de lo que se suele creer. De hecho, lo que mueve el mundo no es mucho más que esto. Los hombres prácticos, que creen estar salvo de toda influencia intelectual, suelen ser esclavos de algún economista del pasado. Algunos locos que ejercen el poder, y que creen oír voces dentro de su cabeza, deben su locura a algún escritor de hace unos cuantos años”.
Por su parte, el gran economista y filósofo austriaco Ludwig Von Mises, en su monumental tratado de economía La Acción Humana, dice que: “Las masas, el conjunto de hombres comunes, no conciben ideas, ni verdaderas, ni falsas. Se limitan a elegir entre las elaboradas por los líderes intelectuales de la humanidad. Pero su elección es decisiva y determina el curso de la historia. Nada puede atajar el desastre cuando la mayoría prefiere doctrinas nocivas.”
Estos intelectuales ponen en circulación dichas ideas, que luego son captadas y difundidas por distribuidores de segunda línea (académicos, periodistas, escritores, etc.) y finalmente llegan a la gente.
Así, hoy en día muchos revelan su descontento y salen a la calle a expresar sus molestias – lo cual es legítimo y tienen todo el derecho de hacerlo de manera pacífica -, pero no se han percatado de que están bajo la fuerte influencia de las ideas generadas por la élite intelectual.
Por regla general, solemos adoptar y muchas veces abrazar estas ideas sin un previo análisis crítico y peor aún, muchas veces las aprobamos o desaprobamos sin siquiera poder explicar – aunque sea en términos muy simples - el contenido de estas mismas.
Evidentemente, no hace falta ser muy estudioso ni mucho menos ser un genio para darse cuenta de que hay gente que lo está pasando mal y que le cuesta llegar a fin de mes, pero la causa de ese fenómeno y la forma de resolver el problema es un asunto que requiere de tiempo y esfuerzo para ser comprendido en su amplia dimensión, porque generalmente lo primero que se nos ocurre está mal.
Bien sostenía el gran filósofo de la ciencia Karl Popper: “el conocimiento es un proceso de carácter provisorio siempre abierto a futuras refutaciones”, sin embargo, esto nada tiene que ver con la fatal idea que sostienen los relativistas de que no existen verdades universales e incuestionables, puesto que, si todo es relativo, no hay nada que sea relativo a ese todo – pero eso es otro tema para tratar en otra oportunidad -. El asunto que quiero dejar en claro por el momento es que debemos estar siempre atentos a la incorporación de nuevos conocimientos y ser conscientes de que podemos estar en el error.
El problema no es sólo cuando sabemos aquello que no sabemos, sino que más importante aún, es cuando no sabemos lo que no sabemos. En este escenario de completa ignorancia e incertidumbre inerradicable en la que se encuentra todo ser humano, debemos actuar con prudencia y por lo mismo adoptar una actitud abierta a las críticas y de respeto recíproco con quienes piensan diferente, incluso si sus ideas nos parecen equivocadas o insoportables, pues es en este principio elemental en el cual se puede construir una sociedad en que se respete la libertad de expresión y no se transforme en un campo de batalla de insultos y humillaciones.
En línea con lo anterior, lo que me parece más preocupante, es que muchos de nosotros defendemos y promovemos tales o cuales ideas sin comprender si quiera en lo más mínimo cuáles son los fundamentos filosóficos que subyacen a ellas ni mucho menos las consecuencias económicas que puedan resultar de su aplicación en la práctica. El daño que pueda generar la aplicación de las ideas que promovemos, no solo recae sobre nosotros mismos, sino que también sobre la vida de los demás. Influir en la vida de los demás de manera desinformada es un acto de irresponsabilidad enorme. Por lo mismo debemos ser muy prudentes a la hora de defender una idea, porque el daño lo pueden sufrir otros – como generalmente ocurre - y esos otros suelen ser precisamente a quienes más pretendemos ayudar.
Millones de seres humanos muertos durante el siglo XX como consecuencia – directa o indirecta - de la aplicación de las ideas de Karl Marx que se podrían resumir en “la abolición de la propiedad privada”. En gran parte de Europa los Estados de Bienestar – siguiendo políticas económicas Keynesianas -, se encuentran en serios problemas de sostenibilidad estructural.
En América Latina los problemas que nos aquejan son preocupantes, pero al mismo tiempo nada nuevo para nuestra región: Estados cada vez más gigantes, gastos gubernamentales desbordados y crecientes, corrupción entre políticos y pseudo-empresarios horrorosas, deudas públicas insostenibles, amenazas permanentes a la estabilidad democrática, sistemas educativos desactualizados y muchas veces obsoletos, actos terroristas y delictuales propios de la época de la barbarie, servicios públicos vergonzosos, entre otros.
Evidentemente, esforzarse por comprender las cuestiones de fondo – las ideas - no servirá para solucionar los problemas que Chile enfrenta hoy, pero cuanto antes tomemos consciencia de esta fundamental tarea, más pronto se podrá revertir y mejorar la situación de todos, muy especialmente la de los más necesitados.
Es nuestro deber tomar riendas en el asunto y destinar esfuerzos a hacer que se nos respete. No importa a qué nos dediquemos, si a conducir un taxi, a barrer las calles, a tareas educativas, a invertir en bolsa, a cantar en las micros, a ser instructor de yoga o a lo que fuese, todos tenemos la obligación moral de que los políticos y burócratas no se sigan riendo en nuestras caras y nos sigan derrumbando nuestros proyectos de vida. Si queremos tener paz en nuestras vidas y dejarles las mejores oportunidades a nuestros hijos - en el sentido de heredarles un país más civilizado y próspero - hay que poner manos a la obra, de lo contrario nos seguirán corriendo el eje del debate hacia el estatismo - como ya viene ocurriendo desde hace décadas - y la paz que tanto anhelamos se esfumara en un abrir y cerrar de ojos. Para ello, el ejercicio más fértil es, como indicaba anteriormente, trabajar en las ideas, esto es: el libro, el ensayo, el artículo, revisar la evidencia empírica, realizar ciclos de lecturas con nuestros semejantes y discutirlos, utilizar el internet para investigar, etc.
Debemos presionar a que la clase política de una vez por todas pueda pronunciar otro discurso que apunte a la consecución de una sociedad más libre y próspera – recordemos que en última instancia los políticos son cazadores de votos y sus propuestas deben estar ancladas a las peticiones de la gente-.
No sacamos nada con discutir si cambiar o no la Constitución actual – que esperemos que no se cambie para no generar una catástrofe aún mayor -, si no se tiene idea cuál es el norte al que se quiere apuntar. Tener claridad hacia dónde quiere dirigirse un país – si hacia una sociedad de personas libres o hacia el estatismo – exige primero tener claro cuáles son los principios, valores y fundamentos que constituyen los cimientos del sistema propuesto.
Para salir de los problemas que Chile enfrenta hoy – pensiones bajas, servicios públicos defectuosos, salarios estancados, costes de vida crecientes, etc. – es imperioso que cuanto antes se comprenda lo fundamental que es contar con marcos institucionales compatibles con una sociedad de personas libres y de respeto recíproco, lo que significa: Estados limitados, un gobierno que no gaste más de lo que ingresa, un Estado de derecho que funcione, democracias estables en el tiempo, mercados abiertos y competitivos a los efectos de que se generen más oportunidades y mejores salarios para todos, impuestos moderados y regulaciones flexibles que faciliten el emprendimiento y la creación de riqueza, dinero no manipulado por las autoridades monetarias a los efectos de que no se derritan nuestros ahorros, sistemas educativos no controlados por el aparato estatal (de modo que la educación sea un proceso abierto y evolutivo a los efectos de descubrir los mejores métodos y programas educativos que se adapten a los requerimientos de las sociedades actuales), derechos de propiedad bien definidos que permitan proteger y preservar el medio ambiente, entre otros.
Si usted está de acuerdo con lo aquí planteado, haga el ejercicio de poner en duda todo lo aquí dicho y sométalo a sus propias reflexiones y razonamientos lógicos deductivos. Si usted no está de acuerdo con estas medidas, está bien, pero proponga otras ideas mejores. Pero no nos quedemos de brazos cruzados esperando que otros hagan la tarea por nosotros. Esforcémonos en proponer otras ideas, enfoquémonos en los temas de fondo y actuemos con responsabilidad y con respeto hacia los demás, puesto que esta tarea nos compete a todos si queremos que se mejore nuestra situación y muy especialmente la situación de los más necesitados.
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