Por Juan Enrique Camus
La invasión militar del gigante ruso a la pequeña Ucrania desde el pasado 24 de febrero ha conmocionado al mundo. Occidente en general se ha plegado en defensa del país invadido, ya sea las principales figuras del mundo del espectáculo hasta las más grandes marcas comerciales han hecho expreso su apoyo al presidente ucranio Volodimir Zelenski, y la determinación de combate por la libertad de su pueblo ha generado una ola de admiración a su figura ensalzada por los grandes medios de comunicación.
Sin embargo, es hora analizar con mayor altura de miras y menos emocionalidad lo que realmente está pasando, tomando c0nciencia de los errores que Occidente ha cometido y que han llevado a este trágico desenlace.
Lo primero que hay que dejar claro es que la postura libertaria es anti-belicista, bajo ningún punto de vista consideramos deseable que los Estados lleven a cabo guerras de masas que resultan en la muerte de miles o millones de personas solo para que los beneficios de esas masacres sean obtenidos por élites de burócratas que solo expolian la riqueza de otros que es capturada como un tesoro durante el pillaje militar y la anexión imperialista de territorios.
La democratización de las guerras nacionales, nos enseña Hans-Hermann Hoppe, lleva a que se colectivice el conflicto al punto que solo causa devastación y expropiación, no solo se trata de una matanza ciega y criminal, sino de la perversión que implica la reapropiación de las condiciones de subsistencia y generación de riqueza de los supervivientes, los cuales ven disminuida su capacidad de salir adelante una vez terminado el conflicto.
El decir que Occidente es responsable de la situación en Ucrania -y que esa responsabilidad arrastra al mismo Zelenski- no puede convertirse, en ningún caso, en una justificación a la política expansionista de Vladimir Putin, puesto que su doctrina iliberal también representa un peligro para Occidente, pero principalmente para sus países vecinos, como Ucrania.
Abunda en la "Nueva Derecha" un grupo que podríamos llamar "derecha soviética", el cual apoya a Putin como supuesto salvador de Occidente, ya que combate la depravación moral de la teoría de género y la inmigración ilegal, además de reforzar el patriotismo y la familia. Hay que recordarles que el imperialismo comunista en su aspecto estalinista tiene elementos conservadores, pero que eso no lo hace bueno. Es más, la represión rusa excede esos órdenes, pues suele imponerse a sus etnias dominadas por el peso de la fuerza antes que por el de la razón. El uso de islamistas chechenos por parte de los rusos para sembrar el terror en la Ucrania ocupada debería ser suficiente evidencia para estos neoderechistas del supuesto respeto irrestricto de la potencia imperial rusa por el cristianismo.
Dicho esto, es innegable que, disfrazado de "progresismo", Occidente esconde un afán imperialista sobre otras latitudes; un imperialismo que se aleja del idealismo liberal clásico, acorde a los principios libertarios (y hasta cristianos) y que se acerca a un intento de control y transgresión de otras culturas en base a determinados cánones como los incluidos en la nueva agenda supranacional 2030 de Naciones Unidas, la cual se fundamenta en una igualitarización forzosa radical y una negación de las soberanías nacionales. Se trata de un Occidente 2.0, alejado de sus orígenes y dispuesto a ser el corrector de los buenos modales alrededor del mundo.
Esta pequeña pero notable distinción, que respalda la teoría más aislacionista en la política exterior norteamericana, le ha valido al expresidente Trump y al exsenador libertario Ron Paul el ser calificados erróneamente de "pro-rusos". Lo cierto es que los riesgos para la libertad de las personas son evidentes cuando se revisan las consecuencias del intervencionismo y la supranacionalidad.
Por el lado intervencionista, este hace ver entendibles las excusas de Putin de sentir amenazada su soberanía por las bases militares hostiles en su contra que se extienden en los países fronterizos a Rusia, lo cual por cierto no excusa su afán expansionista de restitución de la URSS, lo cual también es innegable.
Por el lado de la supranacionalidad, Ucrania hace una apuesta compleja al desear unirse a la Unión Europea. Si bien no hay comparación entre el Reino Unido y Ucrania en términos económicos y de estabilidad nacional, los británicos marcaron pauta al denunciar los errores de estas apuestas supranacionales; y el hecho de que los países en vías de estabilizarse dependan de los más grandes va generando resentimientos sociales complejos al interior de Europa. Además, los países de Europa oriental integrados a la Unión Europea desde la década de los 2000 han tenido severos roces con la supraestructura europea debido a las transformaciones culturales impuestas en términos de género e inmigración, lo que ha demostrado la fragilidad de la unión cuando se exceden los beneficios jurídico-económicos, los cuales también son limitados cuando países enteros se transforman en carga fiscal de otros.
Detrás de la guerra ruso-ucraniana se esconden las malas decisiones, apuestas imprecisas y escasez de sentido moral de políticos tanto en el bando ruso como en el occidental. El pueblo ucraniano se ha transformado en el conejillo de indias de dos imperialismos: el ruso y el falso-occidental. Conviene entonces recordar a Ludwig von Mises cuando decía: "El imperialismo (...) no atribuye ningún valor al individuo. Para él el individuo vale tan solo como elemento de una totalidad, como soldado de un ejército".
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