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  • Writer's pictureCEL Chile

La fealdad como campo de batalla

Por Juan Cristóbal Demian


Quizás a algunos les parezca sorpresiva la temática de esta columna, puesto que, después de los inconmensurables daños provocados por la insurrección anarquista y neomarxista que tiene secuestrado a nuestro país en un conflicto de hostilidad interna sin freno - daños entre los que se encuentran la caída general de la economía en un 3,4%, la devaluación del peso chileno con un récord de 800 pesos por dólar el 14 de noviembre de 2019, la pérdida de 300.000 puestos de trabajo con proyección a 500.000 en los próximos meses, la destrucción demencial de propiedad pública y privada y los vejámenes a los derechos humanos de civiles y carabineros perpetrados por la guerrilla urbana, autodenominada “primera línea”, que mantiene bajo asedio el centro neurálgico de Santiago de Chile (sector de Plaza Italia/Baquedano), entre otros grupos insurrectos a lo largo de Chile -, después de todo lo mencionado, aquello que expondré en las siguientes líneas puede sonar (erróneamente) superficial.



La fealdad, desaseo, putrefacción y violencia visual que ha quedado registrada en toda la infraestructura de nuestras urbes no son consecuencias marginales del proceso revolucionario, sino que todo lo contrario, son un fenómeno central de éste, y la casi indiferencia de la población a este fenómeno, dada la urgencia comprensible de otras cosas, no hace más que consolidar y proyectar un proyecto político de servidumbre de nuevo tipo, donde los matones callejeros reemplazarán a la policía e impondrán sus normas de conducta a los ciudadanos honrados so pena de agresión y destrucción física, mientras en las cúpulas políticas, los beneficiados por una – aún evitable - nueva constitución estatista, desfalcarán lo que queda de los bienes de Chile, siguiendo el rumbo de Argentina y otras naciones latinoamericanas en decadencia, sumiendo a nuestra gente en la pobreza y el miedo.


Pero, volviendo al tema, ¿cuál es el rol de los rayados, la suciedad y el culto a lo ruinoso en este proceso que parece meramente político y económico?, pues que la estética también tiene un rol de disputa política y, cuando un régimen político es cambiado, por añadidura se cambia toda su simbología y, a la par, todo lo entendido por bello. Por ende, quien crea que los rayados y graffitis en prácticamente todos los muros de Chile son una fase transitoria hasta que las cosas se calmen está profundamente equivocado. Cada uno de esos rayados y suciedad son características propias del nuevo Chile que el neocomunismo busca fundar.


Entendamos un poco el por qué. Los analistas chilenos Pablo Castillo y Camilo Mejías expusieron en su tesis de Magister de Análisis de Inteligencia Comunicacional titulada “Determinación de estructura discursiva sobre registros murales en Santiago Centro. 2014-2018” de forma clara e inédita la raíz ideológica del rayado como expresión de fundamentos doctrinarios de acción.



Indican Castillo y Mejías que “la concepción estética del arte urbano pasa a integrar elementos de lucha simbólica”, así la ciudad – entendida como un lugar de constructo civilizacional y por ende jerárquico – “refiere un lienzo infinito para quienes desarrollan la función de copar y saturar el espacio urbano” y así “los muros expresan simbólicamente el dominio del progreso que promueve un orden vertical, por lo que – en cuanto símbolo – debe ser expropiado para ser apropiado por quienes ejercen la función de copar y saturar a través de la operación de bombardeo categorial, por consiguiente, le entregan al muro un nuevo orden sin jerarquías, reinterpretado, recodificado y resignificado”.


En su origen se identifican matrices de izquierda radical llevando a cabo este proceso, principalmente el movimiento anarquista y sus ramificaciones hacia el comunismo radical, incluyendo el situacionismo (movimiento que subvierte la distinción entre el arte, lo lúdico y la vida) que instaura la “categoría de “descomposición”, culpando de esto al capitalismo”, hasta llegar a la deconstrucción, matriz filosófica que reforma completamente el comunismo en todo orden y que “da lugar a una nueva territorialidad”, en la cual la práctica de rayados y graffitis constituye “una forma más de la guerra de guerrillas urbana horizontal, la que a través del permanente proceso de marcación de la urbe sistémica, importa este ejercicio a un modo de rendir en términos simbólicos y materiales la cuestión de la fuerza y el poder ideopolítico”.


Para simplificar el asunto, el rayado y la denigración visual de la ciudad cumple un rol de disciplinamiento político, y este más aun es permanente, pues las fuerzas revolucionarias apuntan a un “devenir ingobernable”, por ende, la ciudad en ruinas es en sí mismo el hábitat final del Chile revolucionario. Cada mancha, cada rayado, cada papel pegado, cada espacio en abierta decadencia es el triunfo del modelo revolucionario implementado. No es necesario crear nada nuevo, su afán será bailar sobre lo orinado, lo quemado y lo rayado de lo que alguna vez fuese una hermosa ciudad, símbolo de que solo aspiran a vivir entre las ruinas del capitalismo como gran exhibición o museo de su colapso.



Esto es un desafío claro también a las nociones estéticas occidentales. No nos es difícil imaginar a muchos de nosotros como sería idílicamente una ciudad, con edificios limpios, áreas verdes, vida familiar, una que otra casa sorprendente con bellos jardines, fina arquitectura, etc. Para la generación revolucionaria el placer estético de la ciudad se visualiza en consignas escritas, áreas tomadas para todo tipo de disposición humana, desde el comercio ambulante hasta el consumo de estupefacientes, edificios y casas roñosas y graffiteadas (las cuales suelen ser las locaciones predilectas para fotógrafos y modelos de redes sociales de dicha mentalidad), es decir, ver con ojos positivos la fealdad urbana, que es una fealdad resignificada como la belleza de la muerte del capitalismo.


Una apreciación anexa es que en la deconstrucción los límites empiezan a disolverse, por eso el rayado feminista en Torres del Paine sigue la misma lógica, pues de la urbe se pasa al espacio natural para resignificarlo y deconstruirlo, así como también la reivindicación de la monstruosidad corporal en el mismo cuerpo y aspecto de los nuevos sujetos revolucionarios.


En definitiva, la transformación estética en el conflicto sociopolítico contemporáneo es importante. Mientras nuestras ciudades estén estéticamente acordes a su pensamiento, mediante la proliferación impune de la decoración revolucionaria, será más compleja la disputa territorial.



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