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Feminismo “8M” en Chile: siete tópicos de análisis (1ª parte)

Updated: Apr 1, 2019

Por Juan Cristóbal Demian


El pasado 8 de marzo, el feminismo en Chile logró convocar a una gran cantidad de personas en la denominada “Huelga Feminista 8M”, convocada por la Coordinadora Feminista 8M, un grupo radical anticapitalista y vinculado a movimientos de izquierda dura que se anotó esta victoria como un punto importante en la llamada ‘batalla cultural’.


Sobre las cifras de la marcha en Santiago, las fuentes han citado distintos números, los más detractores indicaron que bordeó las 100mil personas, los más entusiastas le atribuyeron cerca de 400mil, y por consenso quedó finalmente dando vueltas la idea de que la cifra oficial rodeó las 200mil.


Fuera del dato exacto, lo cierto es que se logró un hito importante para esta agenda, y en particular hay siete temas que se desprenden de este vector de cambio social que quedan expuestos para el debate público, temáticas que un contra-discurso debe tener en cuenta para lograr una respuesta coherente; sin embargo hay que considerar dos antecedentes previos para contextualizar.


En primer lugar: una marcha así de grande, que contó con hombres y mujeres de distinto contexto socioeconómico y de todas partes del país, tuvo una vasta amplitud de adherentes, y me refiero a amplitud política e ideológica.


A pesar de que la marcha era coordinada por la extrema izquierda, es posible que una gran cantidad de los asistentes no pensara igual que los dirigentes políticos y sociales que la convocaron, o peor aún, es muy posible que una mayoría contundente de asistentes, y por ende una mayoría contundente de mujeres, no tuviera la más mínima idea de quién la coordinaba llegando a pensar ingenuamente que la marcha era simplemente por la mujer y que las más radicales son pocas y secundarias… craso error. A la izquierda no le importa la lucidez general de las personas que van a sus marchas, sencillamente moviliza y suma masas para validar y socializar sus posturas, avanzar en su agenda y acrecentar el conflicto social.


En segundo lugar: De forma muy relacionada con el punto anterior, constatamos que en Chile no hubo una contra marcha y no existe incluso un movimiento antagonista al feminista, cosa que sí ocurre por ejemplo en Argentina, donde el feminismo ha logrado tales niveles de toxicidad social que varias mujeres se alejaron y crearon el movimiento identificado como los “pañuelos celestes”, un movimiento enfocado a disputar el discurso político pro-aborto de las feministas; este movimiento de pañuelos celestes tuvo el protagonismo de las mujeres de condiciones transversales de la sociedad.


En Chile la simpatía al feminismo parece generalizada y no se plantea aún un anti feminismo liderado por mujeres como en Argentina o también España; en Chile aún los pañuelos verdes se pasean impunes sin respuesta; en Chile aún no hay una reacción o un despertar masivo respecto de la verdadera cara del feminismo, la entropía y la desintegración social.

En base a esto, y dilucidando los temas que el feminismo en Chile expone, pasaremos a describirlos brevemente para dejar constancia de su existencia, sus motivaciones y sus consecuencias.



1) Violencia sexual, acoso y homicidios contra mujeres: En resumen, aquí hablamos de seguridad de la persona, hechos concretos y situaciones nefastas de la realidad humana; por ende este tema implica hechos que son objetivos e interpretaciones subjetivas y discursivas de estos hechos.


Violaciones, peligrosidad para mujeres que van solas a cierta hora o en ciertas calles, acoso sexual directo o vía redes sociales, asesinato de mujeres por parte de sus parejas, ex parejas u otros hombres, todos estos aspectos son contrastables, registrables y verificables y para todos ellos nuestro sistema político tal cual está tiene respuestas claras: son hechos aberrantes que atentan contra la dignidad de la persona; sin perjuicio de ello, tal como ocurre generalmente en contextos de malversación del servicio público y burocracia policial y judicial ineficiente, lo que es resguardado por ley en la práctica no es defendido por negligencia, esto también es un hecho.


Ahora bien, aunque estos tipos de agresión que sufren algunas mujeres pueden ser agrupados por su naturaleza, hay que ver que estos hechos son de distinta gravedad e intentar unificarlos por ser presuntamente equivalentes en sus consecuencias o plantear que son indistintos debido a una supuesta superestructura patriarcal que los “normaliza” corresponde a un ejercicio que sólo puede ser concebido como derivado de un discurso determinista y totalitario.


La predisposición a ver al varón como un violador, acosador o asesino en potencia es una consecuencia lógica de adherir a este pensamiento, lo cual por supuesto no implica ninguna solución a la problemática objetiva, sino que sólo ayuda a suministrar estrés extra a las mujeres en sus relaciones personales.


El caso de la relativización de la categoría de ‘acoso sexual’, es el ejemplo más flagrante, ya que si bien lo que antes entendíamos como tal era una conducta totalmente repudiable e incluso punible en casos graves, hoy en día se entiende de formas más sutiles, el piropo por ejemplo – si bien es una práctica bastante primitiva – o algunas tácticas bruscas de flirteo han sido incluidas como acoso, dándole al hombre que las realice el status inmediato de acosador o posible violador, lo que significa un escalamiento de malestar social no menor.


En el caso de otro acto aberrante como la violación se antepone algo tan obvio e importante como el consentimiento, sin embargo este concepto también ha sido re-significado y se ha extendido a una condición de permanente cuestionamiento, posicionando a la mujer como un ser débil e inestable incapaz de tomar decisiones que tengan una responsabilidad asociada, por ende, por tomar un ejemplo, las relaciones sexuales en estado de ebriedad y consensuadas en dicho estado al cual no se ha llegado con la soga al cuello, podrían ser objeto de revisionismo y declaradas faltas de consentimiento retroactivamente, poniendo al hombre involucrado a la categoría de violador.


Finalmente, la creación de la categoría “femicidio” o “feminicidio” para calificar los homicidios de los que han sido víctimas mujeres enturbia el estudio social que puede hacerse de la violencia generalizada en las sociedades occidentales contemporáneas, lo mismo pasa con la difusión de eslóganes de confrontación social como “nos están matando” o “vivas nos queremos”, lo cual introduce y legitima la idea de que la diferencia sexual es un estado de guerra social.


Si bien el sexo biológicamente es frecuentemente un factor de ventaja para el homicida varón, la idea abstracta de “violencia de género” u “odio hacia la mujer” es una categoría impuesta desde fuera del fenómeno y tiene fines de confrontación social que escapan al actuar basado en el desequilibrio mental del que comete el crimen.


Un estudio holístico de las causas del actuar demente en las sociedades occidentales es necesario, pero debe liberarse de estas categorías que sólo se basan en especulaciones anti científicas y puramente ideológicas.


La académica Camille Paglia, quien viene del mundo de la izquierda y se considera feminista basada en principios liberales ha explicado cómo la mujer no necesita ser puesta en una burbuja de sobreprotección respecto de los hombres, sino que debe afrontar el mundo como un individuo soberano, capaz de defenderse y asumir responsabilidades; así mismo, frente a casos de violencia a la que se vea sometida puede actuar por sí misma o ayudada por terceros y/o por las fuerzas de seguridad necesarias; en esto la responsabilidad de nuestro sistema es fomentar el respeto, mejorar las condiciones socioculturales que por vía de la marginalidad generan acciones despreciables y tomar medidas respecto de un incremento en la violencia social y correlacionada con la insalubridad mental. Ciertamente creer que existe una súper estructura llamada patriarcado que propicia la degeneración de los varones no es algo que ayude a mejorar la salud mental de la sociedad.



2) Diferencias en el trato laboral: Este ha sido uno de los temas más comentados por muchas de las asistentes, hay que tener en consideración que esta queja cae dentro de lo que podemos denominar ‘feminismo burgués’, pues busca dentro de todo insertar a la mujer en los beneficios de su participación del capitalismo, a pesar de que el objetivo buscado es bastante antiliberal, pues condiciona al Estado a coaccionar a los empleadores en busca de una solución.


También podemos incluir en este ítem la demanda por las llamadas “cuotas de género”, que implican forzar una equivalencia basada en el ‘género’ del individuo y no en el mérito a la hora de emplear gente o incluso a la hora de nominar a los candidatos que van a una contienda política, basándose en el mito sin fundamento de que tanto los altos cargos de una empresa, del Parlamento, del Gabinete Presidencial o los Tribunales funcionarían mejor sólo porque hubiese 50% hombres y 50% mujeres.


En el hemisferio norte, donde estos temas han avanzado más, se ha llegado a fomentar que ciertos cuerpos corporativos sean 100% de mujeres sólo porque implica un ‘cambio cultural’ y no porque sea mejor para el cumplimiento de las metas sociales y/o económicas de dicho cuerpo, bajo dicho argumento este presunto ‘cambio social anti patriarcal’ es más relevante que la ‘equidad’ que en teoría buscaba el feminismo.


Sin embargo, al igual que en el punto anterior, podemos distinguir esta narrativa del dato objetivo real, el cual depende, como en la mayoría de los complejos asuntos humanos, del contexto particular y no de esta figura abstracta del ‘patriarcado’.


Analistas como Roxana Kreimer o Christina Hoff-Sommers han sido agudas desmontando el mito de esta brecha salarial tal como es entendida, de partida considerando que la ambigua estadística develada sobre la diferencia salarial entre hombres y mujeres (entre un 23% a un 30% de acuerdo a estas contradictorias fuentes) se basa en un manejo falaz de datos, puesto que toma el promedio de lo que ganan los hombres partido por la cantidad de hombres que trabajan y lo mismo para las mujeres, de esta forma se ignoran flagrante y escandalosamente otras variables de gran importancia, como lo son las horas de trabajo, el tipo de trabajo, etc.


Sobre el tipo de trabajo a su vez, está extendido también de forma ideológicamente falseada que hay una alarmante ausencia de mujeres en puestos de trabajo y carreras de altos ingresos y que habría un ‘techo de cristal’ por el cual conspirativamente se impediría a las mujeres ascender a un cargo importante en su carrera, por ejemplo cargos gerenciales.


Contra esto, expertos en psicología como los doctores Jordan Peterson o Anne Campbell, han expuesto de forma contundente como en la realidad las diferencias biológicas y evolutivas entre hombres y mujeres tienen directa relación con los tipos de carrera que las mujeres eligen y cómo administran su propia carrera profesional, llegando incluso a coartar su ascenso ellas mismas, esto debido a que la predisposición de las mujeres a formar familia y cuidar de ella las insta a tener más tiempo para estos quehaceres, lo cual no impide que existan excepciones en ambos sexos, pero que no serían más que excepciones.


De todo lo anterior se desprenden dos temáticas relevantes, en primer lugar que la famosa brecha de ‘mismo trabajo, distinta paga’ tiene que considerar otras variables y no sólo el sexo, y en el caso de ser sólo el sexo lo que predispone a un empleador a pagar menos a una mujer que a un hombre por el mismo trabajo (considerando igual horario, antigüedad, etc.), en ese caso tendríamos una brecha individual y particular atendible para ese caso en específico y no relacionado con un sistema ‘patriarcal’.


En segundo lugar, se nos abre la discusión sobre el concepto de maternidad para la mujer de hoy, pero de ello hablaremos en el siguiente punto contenido en la siguiente entrega: el aborto.


Para ir a la segunda parte de este artículo haga clic AQUÍ.

Para ir a la tercera parte de este artículo haga clic AQUÍ.

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