Por Juan Cristóbal Demian
En el año 476 después de Cristo, el último Emperador Romano de Occidente, Rómulo Augústulo es depuesto por las hordas barbáricas que toman posesión de Roma. En ese momento histórico, el mundo occidental vivió el paso de una época marcada por la decadencia del Imperio Romano a la edad oscura de la Alta Edad Media, siendo el Medioevo un período que culmina con un nuevo auge del pensamiento humano en el Renacimiento, transición que duró mil años aproximadamente.
El concepto de decadencia fue abordado por Nietzsche del siglo XIX con especial énfasis en la teología cristiana predominante y cómo ésta convivía con la denominada civilización burguesa, un proceso que él veía como el vaticinio del mundo del “último hombre”, siendo el socialismo, no una respuesta justa, sino un catalizador aún más grave del advenimiento de algo peor a la sociedad decadente que él vio en su época y una característica propia de este último hombre.
Hoy nos encontramos en la encrucijada en la que abordamos probablemente el final de una era de decadencia y pasamos a un nuevo oscurantismo. Esta época tiene tres pilares principales:
a) La filosofía deconstruccionista como background contemporáneo. Esta filosofía, llamada por algunos de mala manera ‘posmoderna’, está también en un proceso agónico; sin embargo, sus características son las que moldearon a gran parte de la denominada generación millenial que hoy ronda desde los 35 años hacia abajo. Los marcos filosóficos son los que ordenan lo que los seres humanos entienden por bueno y verdadero en determinado contexto histórico y adquieren predominancia una vez que sus categorías y conceptos, que en un principio pertenecían a una vanguardia intelectual, son permeados a las personas comunes hasta el punto que repiten dichas categorías y conceptos sin saber lo que están diciendo, como si fuera la forma estándar de ver el mundo.
La filosofía deconstruccionista en particular supera al estructuralismo, que es la filosofía que a grosso modo entiende el mundo dividido en estructuras de dominación más bien de manera analítica, mientras que la deconstrucción, mediante procesos como la subversión y la transgresión, anula la textualidad de estos meta-relatos (toda simbología de dominación) –como ejemplos principales tenemos la abrogación de la sexualidad tradicional, la eliminación de cualquier tipo de autoridad o jerarquía, entre otros– proceso que supuestamente no tendría ningún fin específico. Es aquí donde tienen injerencia a la vez simultánea y jerárquica los otros dos pilares.
b) El nihilismo como respuesta a la existencia. Rastrear los orígenes del nihilismo es una labor que requiere un gran recuento conceptual, sin embargo, el nihilismo aquí referido puede llamarse en términos nietzscheanos el advenimiento del último hombre: el hombre masa, despreciable y sin capacidades de creación, conformista. En términos junguianos, coincide con el fin de las grandes religiones en un proceso que él califica como una enorme crisis espiritual del individuo, a su vez Hans-Hermann Hoppe rastrea en el advenimiento del republicanismo democrático la institucionalización de una mediocridad masiva, proceso que data desde el triunfo del orden americano por sobre los imperios europeos en 1917, mismo año del triunfo del bolchevismo en Rusia.
Durante la época del existencialismo como patrón filosófico predominante, mientras en la izquierda caía la fe en los grandes imperios socialistas, se instaura en Occidente una problemática espiritual del hombre frente a la nada, es decir, sin propósito en la vida, lo cual hoy se ve reflejado en extremos como el consumismo psicopático, los hombres que sólo buscan “sobrevivir el día a día” o “para sus hijos”, menospreciando la vida propia, o bien en explosiones organizadas de rabia contra el “sistema”, arquetipo potenciado por el estructuralismo y presunto culpable externo de la crisis espiritual del individuo. Dicha rabia organizada no es de por sí irracional, sino que suele tener cabida en sistemas profundos de pensamiento, y amoldados a un contexto filosófico deconstruccionista pueden y tienden a caer en la violencia “porque sí” y el deseo total de destrucción del humano (por ende de seres humanos de carne y hueso) y sus artificios.
En este punto entra el tercer pilar, paralelo y jerárquico respecto a los dos pilares mencionados.
c) El comunismo como objetivo político. Hablar de comunismo se ha vuelto un tabú, especialmente porque hay toda una estrategia de “hombre de paja” para asociar al anticomunismo con un juego de intolerancia, como si el comunismo de una minoría oprimida se tratara. Además, hoy en día está de moda entre los detractores de la izquierda hablar de neocomunismo, postmarxismo, marxismo cultural, etc., lo cual es acertado si analizamos estrategias, pero debemos ocupar la palabra comunismo para hablar de la ideología o filosofía política que es en el fondo la que guía los objetivos del proceso de los cuales el nihilismo contemporáneo y el deconstruccionismo forman parte, y es que no es casual que los principales expositores de la filosofía de la deconstrucción fuesen marxistas y –sin tapujos– comunistas.
Es importante entender cómo se entrelazan las tres corrientes en un continuo feedback, y es que la deconstrucción y el nihilismo en conjunto vendrían a anular el anhelo de desear construir el socialismo, ya que nada es real, nada importa y hasta el marxismo es deconstruido como categoría, de esta forma no hay una búsqueda “optimista” por la utopía comunista, pero sí hay una “llegada” al comunismo, entendido como la colectivización y socialización de una masa deconstruida y nihilista en la cual, dentro de todo, no deja de existir el poder y la dominación.
Este comunismo ya no tiene que ver meramente con las ideas románticas de justicia social y un mejor porvenir, sino con una forma de revanchismo ante la desadaptación de esta élite ideológica en el mundo dada su propia adscripción al nihilismo, especialmente en el mundo burgués occidental. Basta con revisar las desafortunadas biografías y acaudalados orígenes de los ideólogos del comunismo tardío y la deconstrucción (Foucault, de Beauvoir, Deleuze, Marcuse, entre tantos otros prodigios) para notar que su voluntad es la transformación del mundo en una especie de hervidero donde se suprime todo aquel orden otrora aristocrático (dícese de los mejores) y que el mundo burgués-liberal comprendió como orden financiero a la par que sosteniendo el republicanismo democrático creaba el primer caldo de cultivo para estas transformaciones dirigidas por sus enemigos.
El comunismo logrado así, más que rojo es gris; se establece la socialización total y la mediocridad colectiva como única forma en que la humanidad expía los horrores del sin sentido existencial. Se trata de una tendencia suicida extendida al colectivo de la humanidad, ya que tienen mucho resentimiento y cobardía como para suicidarse solos.
Al hablar de decadencia de la sociedad burguesa no se hace un infantil y vago llamado a revivir terceras posiciones anticapitalistas, que es la interpretación más fácil que le dieron ciertos ideólogos en el pasado.
El mundo de los grandes conglomerados económicos, que han usado al Estado burgués frecuentemente a su favor, haciendo que el libre mercado sea cualquier cosa menos libre, es el mismo que ya estaba presente en el siglo XIX; ya eran muchas de esas mismas familias las que hasta hoy han heredado cuotas de poder de transferencia hereditaria y seguirá evidentemente siendo así, sin embargo, en su propia crisis existencial se volvieron indiferentes al avance de las ideologías anticapitalistas – ése es su más grande aporte a la decadencia, la inercia e incluso apoyo con fines lucrativos a todo tipo de agentes del odio a la libertad humana, por eso son decadentes y no son aristócratas en todo el sentido de la palabra.
Hace falta, por cierto, mencionar ese oasis borroso que se nos presenta ad portas de un mundo post deconstruccionista: el metamodernismo, superación aparente del “posmodernismo”, bajo cuyo alero han surgido todo tipo de manifestaciones reactivas al oscurantismo general, siendo el mundo del “alt-right” no más que una de sus muchas formas.
Sin embargo, lo que ha demostrado esta tendencia de sectores “millenials” de la derecha política de adherir a formas metamodernas en la llamada “batalla cultural”, es que se están generando tapones efímeros ante el problema central, principalmente debido a que el metamodernismo opera como un posible neo-utilitarismo, es decir, se apela a los valores tradicionales desde un punto de vista de “conveniencia” o mera nostalgia y se utilizan todos los habidos y por haber argumentos estadísticos que confirman la superioridad del capitalismo por sobre el socialismo, utilizando un tipo de racionalidad que al enemigo no le interesa, pues no es ni dicha verdad objetiva ni una búsqueda por el bienestar lo que está en juego.
La tarea es ardua y más compleja, si no surgen categorías y cosmovisión alternativas ante el predominio del “comunismo nihil-deconstruccionista”, éste seguirá operando como matriz ideológica predominante, y aunque los esfuerzos del progresismo –cara política servil a esa cosmovisión– fracasen y fracasen, seguirán replicándose y trayendo consigo un fastidio oscurantista que no es agradable de vivir, y para eso se necesita mucho trabajo teórico y de investigación seria sobre el uso del discurso y sus improntas categoriales. Roma ya cayó, está en nuestras manos cuánto haya que esperar hasta el Renacimiento.
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