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El Partido Libertario versus el Partido Liberal Demócrata: diferencias profundas a considerar

Updated: Aug 5, 2018

Por Nicolás Palma Catalán


Para quienes hemos seguido la evolución de los nuevos referentes políticos, hemos visto que las diferencias que en su momento parecían pequeñas hoy se hace necesario ponerlas sobre el tapete por su profundidad ideológica, especialmente luego del debate del día 14 de julio del presente entre los representantes del Partido Libertario y del Partido Liberal Demócrata (enlace al final para quienes quieran verlo). Considero importante remarcar las diferencias, en un esfuerzo de evitar que se transe en lo que no se debe transar y de evitar que el proyecto naufrague como otros lo han hecho.





CONSIDERACIONES BÁSICAS SOBRE LA MORAL


La moral es un conjunto de normas sociales que buscan guiar a las personas hacia la conducta “deseable”. Se da desde la creación de reglas para comer en la mesa, limitaciones de vestimenta en la calle, actos simples como decir “por favor” o “gracias” y hasta las pautas de la religión. Desde un punto de vista estricto, todo movimiento político busca “imponer su moral”, ya que cualquier pauta de comportamiento deseable no se puede ordenar solamente desde lo racional. Por poner un ejemplo, la base de la filosofía de la libertad es, como diría Mises, la propiedad privada. Pero la propiedad privada es un consenso social que el día de mañana podría socavarse, cosa que ha ocurrido en América Latina muchas veces. De hecho, en el mismo gran Santiago es posible ver que existen sectores que no respetan la propiedad privada y donde los robos son cosa común o los “portonazos” motivo de enaltecimiento dentro de algunas subculturas de la periferia. Por lo tanto, cuando se acusa a sectores conservadores de querer “imponer su moral” se está incurriendo en una visión increíblemente superficial de lo que es la moral y sus implicancias políticas, asumiendo las propias como las verdaderas.


El partido Libertario –en adelante PL-, al tener una definición claramente ligada a la derecha, toma por sentado que existen algunos valores morales que los sectores conservadores pueden proveer –siempre de forma no estatal- los cuales no son motivo de conflicto con la libertad o la propiedad sino un complemento a ella. Estos cuerpos intermedios, que pueden ser la familia o las tradiciones, evitan el conflicto y sirven de vehículo para la paz social, lo cual es un diagnóstico interesante, pues siempre se ha ligado a la derecha con el autoritarismo y acá tenemos un movimiento que busca reflexionar sobre el porqué de las condenas morales, más allá de imponerlas. Principios como “no robarás”, “no codiciarás la mujer del prójimo” provenientes de la religión entre otros, en efecto sirven para este propósito de paz. Un referente natural de este nuevo partido podría ser Ron Paul, quien es férreo opositor al aborto, sin embargo no está a favor de penalizarlo coactivamente, pues lo importante es hablar de sus causas y del rol de la responsabilidad individual, más que de penalizar o no, según sus palabras. También se habla de despenalizar las drogas, no porque se crea que drogarse esté intrínsecamente bien, sino porque la prohibición en última instancia crea más problemas y evita analizar por qué los jóvenes buscan drogarse.


En el partido Liberal-Demócrata por su parte –en adelante PLD-, tras una extensa introducción dentro de su declaración de principios acerca de defender una especie de individualismo atomizante donde sólo importa lo que haga uno dentro de su metro cuadrado como norma moral, se menciona que “eso no significa que el PLD se agote en el individualismo, la comunidad también es importante” (pag 6), tras lo cual hacen llamados a la generosidad, esto abre las preguntas ¿Y ese llamado a la generosidad no es una imposición moral arbitraria? ¿Y si la gente decide que su proyecto de vida es no apoyar a nadie más allá de su metro cuadrado? ¿Por qué habría de apoyar a otros, sin normas morales que lo incentiven?


Dado que no posee pilares morales definidos y sí un desdén por el conservadurismo –el cual según ellos toma mil formas, estando presente tanto en la “izquierda SJW”, como en el feminismo radical como en la derecha alt-right, demostrando una flexibilidad conceptual abismal- a los liberales de centro no les va a quedar otra que trazar una línea, tremendamente arbitraria, de lo que sería la libertad valórica y de lo que sería imposición, pues como dijimos, no existe movimiento político alguno que no busque imponer su moral. Al declararse “libertino” y en defensa del poliamor se abre la válida necesidad de exigirles más precisión conceptual para esclarecer cuán borroso o firme pueda ser el límite hacia prácticas como la zoofilia o la pedofilia hoy condenadas gracias a la moral. En el mismo mercado la moral "conservadora" que estos liberales pretenden cuestionar con tanto énfasis penaliza el tráfico de órganos o la venta de drogas a niños pequeños. No olvidemos que Justin Trudeau, un líder liberal de la misma línea ideológica del PLD prohíbe que los cristianos que se nieguen a un cambio de género juvenil adopten hijos. Macron, en cambio, podría llegar a parecerles demasiado nacionalista Alt-Right por sus políticas más restrictivas en cuanto a la inmigración.


De estas diferencias se desprenden praxis políticas muy diferentes y mutuamente excluyentes entre sí. En un bando (PL) se verá gente con una preocupación fundada por los avances de la decadente cultura de la elite progresista de Estados Unidos y cómo su influencia a través de cosas como la teoría de género ha tenido un fuerte impacto en la pérdida de libertad de expresión en todo occidente. Y por otro (PLD) gente que enaltece a Daniela Vega –orgullosa comunista- y su lucha contra la sociedad “transfóbica-conservadora” como un ejemplo de la libertad individual por creer en su mente que es de un género que no se condice con su cuerpo. Entre Agustín Laje y Daniela Vega hay un mundo de diferencia, siendo que en ambos encontramos el discurso por la libertad.


NACIONALISTAS VERSUS GLOBALISTAS


Pasando a un segundo punto, llama la atención la postura de muchos liberales y progresistas en cuanto a la idea utópica igualitarista de las fronteras abiertas. Utópica, porque vivimos en un mundo de recursos escasos donde los servicios estatales y subsidios no son infinitos, tal es así que no existe ningún país desarrollado que no tenga limitaciones de acceso por una cuestión de sentido común, ni siquiera Canadá tiene fronteras abiertas. Igualitarista, en el sentido que es ciega a las diferencias entre grupos de personas, que hacen más o menos posible el conflicto inherente de modos de vida diferentes, y asume que esos conflictos son construcciones sociales artificiales.


Para empezar, es importante definir lo que se entiende por integración forzosa. De la mano de un discurso hegemónico de la ONU, la Unión Europea y las elites progresistas -con sus brazos de propaganda como CNN-, existe un esfuerzo concertado por imponer el multiculturalismo como norma a las naciones del mundo. A quien diga que esto es “conspiranoia” haga el simple ejercicio de rastrear las inversiones de George Soros en los diferentes países del mundo a través de su Open Society Foundation o los dineros de Warren Buffet, también puede escuchar las conferencias de las principales cabezas de los burócratas de la ONU.


Sorprendentemente, aquellos liberales que con tanto ahínco hablaban del proyecto de vida individual y de no ser sometidos a coacciones arbitrarias colectivistas, no tienen el menor reparo en imponer una visión de mundo progresista donde todos debemos aceptarnos entre todos y quien ose no hacerlo es sometido al escarnio público o moral por ser un nacionalista retrógrado discriminador, lo cual es una contradicción con los principios arriba mencionados del PLD ¿Acaso una persona no puede elegir como expresión de su individualidad el valorar lo nacional? ¿Y cómo podría alguien negarle esa posibilidad sin adherir a un código moral? Más aún resulta paradigmático que Chile deba acoger refugiados de todo el mundo sin importar las consecuencias internas o la capacidad de hacer frente a ese desafío de forma realista.


Al impulsar una política de integración forzosa, los liberales de las fronteras abiertas lo que están haciendo es fomentar el conflicto cultural, pues no sólo los servicios estatales bajan de calidad cuando aumenta la inmigración, sino que producto de hacinamiento en comunas populares quedan de manifiesto las incompatibilidades cuando las culturas son muy diferentes entre sí, lo cual evidentemente no se ve desde el barrio alto. Cualquier encuesta va a revelar que los sectores pobres son justamente los que más férreamente se oponen a la inmigración y se está gestando de a poco una olla a presión, aún sin consecuencias políticas notables afortunadamente.


El PL es consciente de lo anterior, no se puede promover una política de fronteras abiertas si no está todo privatizado y las diferencias entre culturas pueden ser determinantes en su impacto para la paz social. La declaración de principios es consistente con esto cuando habla sobre la inmigración atendiendo a los aspectos negativos. Conviene remarcar sobre este punto que tanto Mises como Jesús Huerta de Soto e incluso el propio Murray Rothbard defendieron un nacionalismo liberal y enfatizaron que no era lo mismo que defender el estatismo (Ver: http://www.miseshispano.org/2017/07/mises-sobre-el-nacionalismo-el-derecho-de-autodeterminacion-y-el-problema-de-la-inmigracion/).



Esencialmente, tanto adherirse al bando “nacionalista” apoyando controles migratorios para promover la paz social -que sólo es posible con homogeneidad cultural-, como adherirse al “bando globalista” que es servil a los intereses de Soros y de la ONU, se pliegan a un código moral determinado, la pregunta es cuál es más funcional para la libertad individual. Y la respuesta es evidente, a lo largo de la historia, siempre la proximidad más la diversidad cultural ha devenido en conflicto social, tal como documentó Hans Hermann Hoppe en su libro “Democracia el Dios que fracasó”. Hoy no es la excepción a esta regla histórica, basta ver el escenario europeo con sociedades fragmentadas producto de la importación del Islam, la pregunta entonces es ¿vamos a esperar que esto suceda? Naturalmente que el nacionalismo implica también un riesgo para la libertad, es por esto mismo que el asunto debe abordarse antes de que explote a través de una integración social responsable, fomentar que lleguen millones de personas sin control y luego decirles a los chilenos que son xenófobos si se quejan de la caída en la calidad de sus servicios estatales, sólo implica apagar el fuego con bencina.


FASCISMO CULTURAL VERSUS MARXISMO CULTURAL


Una de las cosas que llama la atención del debate mencionado fue la utilización por parte del vocero de PLD del concepto de “fascismo cultural”, como un intento de desmarcarse tanto de esa influencia como la del “marxismo cultural”. Esto resulta curioso, pues mucho se ha hablado de la renovación en términos estratégicos de la izquierda desde Gramsci (hegemonía cultural), pasando por Marcuse (Tolerancia Represiva), Jacques Derrida (Deconstruccionismo) y hasta Judith Butler (Teoría de género) pero muy poco o nada de se ha hablado de la evolución cultural de la contraparte, salvo para la campaña pasada donde fue electo Trump.


La Alt-Right es un movimiento no articulado –no posee un tronco ideológico definido- que no tiene poder ni relevancia en los grandes medios de comunicación, ni en el arte, ni en el cine, ni influencias políticas de ningún tipo, simplemente son grupos de jóvenes que entorno a compartir memes y discutiendo en foros se dieron cuenta que detestaban la cultura de la corrección política actual. En su versión política más notoria, Richard Spencer que es su autoproclamado vocero ha manifestado defender un etnonacionalismo identitario blanco. Pero naturalmente él no representa a todos quienes están cansados de la corrección política, ni el movimiento se circunscribe sólo al etnonacionalismo. De ahí que, hablar de “fascismo cultural” es una tontería pues 1) No hay un tronco ideológico definido, 2) No hay una evolución de la teoría política que haya orientado a los activistas a actuar como actúan y 3) tampoco hay una definición de causas políticas que deban buscarse. Aparentemente lo único que los une en la acción es publicar memes.


En contrapartida la izquierda sí tiene metas claras: acabar con el sistema capitalista-neoliberal-patriarcal-heteronormativo-etc. Si bien los apellidos pueden variar, siempre la causa en común es ir por el capitalismo y su conexión con las injusticias y/o desigualdades. La izquierda cultural sí tiene un modus operandi definido por Herbert Marcuse y sus sucesores –promover la intolerancia hacia movimientos de derecha, articularse horizontalmente- y también cuenta con importantes medios, filántropos y ONGs coordinadas a su quehacer político. El militante de la justicia social es miembro de un entramado complejo, reclutado a través de las federaciones de estudiantes –la mayoría de izquierda- o sindicatos, dispuesto a marchar por cualquier motivo interseccional al que sea convocado. El resultado es un individuo totalmente entregado a la causa de turno, basta ver al connotado Luis Mesina marchando por eliminar las AFP, luego dispuesto a marchar por la educación pública, y luego marchando por el feminismo.


Digámoslo claramente: En Chile la derecha ideológica no existe salvo un tibio “sector liberal” más los seguidores de José Antonio Kast mientras la izquierda está plenamente insertada influyendo desde la sociedad civil. En este contexto sólo una falta de criterio monumental puede creer que ambas fuerzas representan por igual un peligro para la libertad. Si bien uno puede estar a favor de despenalizar el aborto -dejando de lado por el momento de si es libertario o no apoyar eso-, tomar como un gran enemigo de la libertad a un cura católico anciano que no le gusta el aborto, cuyos seguidores también son ancianos y pretender que tiene la misma influencia que un militante LGBT o feminista con 20.000 seguidores en Twitter que reclama discriminación y quiere trasgredir la libertad de expresión, es no tener los pies sobre la tierra. Una simple denuncia, sea cierta o no, del segundo y ya todos los medios están encima con todos los matinales discutiendo sobre el tema.


En países desarrollados se ha vuelto algo común que la propiedad privada está subordinada a aceptar el discurso políticamente correcto o ser asediados por activistas de la diversidad, a menudo esto se traduce en multas o en casos más extremos, confiscación. También se ha vuelto común encarcelar personas por comentarios en Twitter, por difundir los llamados “discursos de odio”, que son definidos por los mismos activistas en posiciones de poder.


En este contexto el PL acierta en su diagnóstico, y desde su declaración de principios rechaza la narrativa del “oprimido-opresor” que es la diatriba impulsada por la izquierda cultural, y si bien hay alusiones a oponerse a ideologías que atentan contra el valor de la vida, conviven opositores como promotores del aborto y es de esperar por el bien del partido que ese equilibrio se mantenga. PLD en cambio manifiesta estar contra la discriminación de todo tipo y defiende los derechos de las arbitrariamente elegidas “minorías”-llama la atención la inclusión de los poliamorosos, pues no son una minoría discriminada-, por ende es proclive a ser hostil a la libertad de expresión, lo cual constituye una diferencia entre ambos radical e insalvable. Además, es contradictorio decir por un lado que “los derechos son individuales, no colectivos” (página 6, declaración de principios) y por otro manifestar protecciones especiales a colectivos.



CONSIDERACIONES FINALES


Cuando se habla de libertad es importante ver que no todo se reduce al libre mercado, los mercados operan en contextos morales. Hayek insistía en su libro La Fatal Arrogancia que la libertad, como institución política, lejos de ser un esfuerzo encaminado por acabar con cualquier límite a nuestras acciones es un esfuerzo por generar adecuadas garantías a la autonomía individual. En este sentido el PL tiene un diagnóstico adecuado y muchas veces más robusto que su contraparte, atendiendo la pugna de fuerzas presente entre las diferentes tendencias políticas de Chile.


Cualquier movimiento o partido político, si no quiere morir en la intrascendencia del centro como murió Amplitud o someterse a los códigos morales de izquierda –como el partido liberal de Justin Trudeau- debe abandonar la tibieza conceptual en cuanto a no ser ni de derecha ni de izquierda. Tanto la libertad económica como la libertad valórica requieren algo más de elaboración y no ser simplemente repetidos como panfletos. Mientras el PLD insista con esta ligereza académica, lo ideal sería mantenerse escéptico de él, pues su destino ya es conocido. Por ende, antes que el PL pierda todo lo avanzado incurriendo en el experimento de estrechar lazos con el PLD, debe tener presente las discrepancias ideológicas profundas que se han mencionado y permanecer en actitud crítica frente a él.


Estar de acuerdo con privatizar o bajar impuestos no es suficiente, es más importante concordar en el diagnóstico cultural porque eso permite que movimientos con diferencias, remen para el mismo lado, acá hasta el momento, lamentablemente, no se da el caso.


Referencias:


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