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Petersonfobia: respuesta a Marcelo Somarriva

Por Juan Cristóbal Demian y J.P.M.


El pasado nueve de abril la Revista Santiago publicó una columna del profesor de historia de la Universidad Adolfo Ibáñez, don Marcelo Somarriva, sobre el conocido psicólogo canadiense Jordan Peterson, quien se ha convertido en uno de los intelectuales públicos más prominentes, controversiales y atractivos del último tiempo. Su libro “12 Reglas Para la Vida” ya es best seller en todo el mundo, y Chile no ha sido la excepción. No sólo su libro ha tenido un gran éxito, sino también sus intervenciones públicas, que son compartidas con cada vez más frecuencia en redes sociales.



El profesor Somarriva, recurriendo a tácticas muy similares a las de los histéricos detractores de Peterson en el mundo anglosajón, toma la iniciativa de “prevenirnos” acerca de los peligros de escuchar al psicólogo canadiense, muy probablemente con la intención de dar a conocer entre sus camaradas de pensamiento el nombre de Peterson, advirtiendo sobre la actitud que deben adoptar cuando se encuentren frente a alguno de sus seguidores.


Se hace evidente, al leer su artículo, que el catedrático chileno tiene un fuerte compromiso político. Señala que Peterson sería una "expresión de los fenómenos de mucho mayor alcance que están transformando el debate público en la actualidad y que tendrán una evidente consecuencia política, que no promete ser muy buena". Asimismo, cuestiona la necesidad de un discurso para defender lo que él llama "una sociedad jerarquizada y patriarcal". Desde su perspectiva, “las libertades de género y los derechos de las minorías” estarían severamente amenazadas por Peterson y su horda de “depredadores” -como califica a quienes leen y comparten los textos y conferencias del canadiense-. Así, Somarriva no duda en intentar contrarrestar la obra de Peterson. Sin embargo, sus argumentos están plagados de tergiversaciones, falsedades y ridiculizaciones, que pasaremos a revisar.


La primera queja de nuestro afligido profesor refiere a lo que según él sería la degradación de la “esfera pública”, que se habría convertido en un mero “mercado de las ideas” o “peor aún” – según él – “un campo de batalla”. Para Somarriva lo más trágico de esta degradación sería permitir que el debate sea protagonizado por figuras como Peterson, a quien describe como “un “youtuber” filosófico, un charlista motivacional y un acalorado polemista o lo más parecido a una estrella de rock que haya producido la academia”. En síntesis, parece ser que le resulta de pésimo gusto que la exquisita y refinada “esfera pública” sea revolucionada por intelectuales carismáticos, capaces de conquistar a las masas. Para Somarriva tendría quizás mayor elegancia la sobriedad del intelectual arisco y solitario entrampado en la producción de papers para nutrir su currículum; y seguramente transgredir estas normas de la élite académica y conectar con el vulgo son para él síntomas de venderse al “mercado de las ideas”, algo que al intelectual mediocre le resulta particularmente atractivo de atacar dada su incapacidad de tener un éxito siquiera similar en el mercado, y que a la vez alimenta su pose anticapitalista. Resulta del todo hipócrita, por decir lo menos, que Somarriva se queje de que su amada “esfera pública” hoy sea “un campo de batalla”, mientras es columnista de un medio de comunicación masivo y escribe en él con precisamente la intención de influir sobre las masas e instruirlas sobre el supuesto peligro que constituiría el psicólogo canadiense. Parece ser que la masificación de lo académico (fenómeno, por lo demás, muy propio de la posmodernidad) molesta solamente cuando no tiene por objeto seguir los lineamientos políticos de la nueva izquierda posmoderna.


Esta hipocresía se acentúa aún más cuando, al mencionar el origen de estos nuevos intelectuales masivos, alega que “a este diverso grupo solo parece unirlo la queja de sentirse arrinconados por la ortodoxia dominante de lo “políticamente correcto” (...) las universidades, tal como alegaron hace algunos años Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, se han convertido en “espacios seguros”, protegidos por jóvenes adultos que se oponen agresivamente al planteamiento de cualquier opinión discrepante que ponga en peligro esta precaria tranquilidad”. Con una clara intención de denostar, Somarriva ridiculiza las motivaciones de estos intelectuales, mas es incapaz de negar que efectivamente éste sea el estado de las cosas en las universidades anglosajonas, ni es capaz de negar que haya una ortodoxia dominante políticamente correcta, ni tampoco profundiza sobre el hecho que la izquierda domina la discusión académica (de la cual él también es parte), ni se refiere al fenómeno de la sobreprotección intelectual de los aclamados “espacios seguros” y cómo éstos ya han empezado a asomarse en Chile (seguramente con su beneplácito).


Que la expresión de las ideas hoy se haya transformado efectivamente en un campo de batalla no es atribuible a Peterson, sino precisamente a esta nueva izquierda posmoderna que está en una ofensiva abierta para lograr su objetivo de subversión cultural de todo lo que ellos consideran “occidental”, “logocéntrico”, “patriarcal”, o “eurocéntrico”; silenciando, mintiendo y boicoteando a cualquier precio a cualquiera que propague lo que Somarriva llama con abierta repugnancia “propaganda reaccionaria”. Por ello que Peterson y otros se plantean como “guerreros culturales”: porque la hostilidad radical de la izquierda no deja más opciones para contradecirlos que por esta vía, que no es otra que la misma vía que ha utilizado previamente la izquierda.


Hay algunos fragmentos de la columna del profesor Somarriva que vale la pena analizar más en profundidad. Por ejemplo, no deja de llamar la atención cómo señala, por un lado, que "Peterson es reacio a enjaularse en un domicilio político", para luego señalar que "le gusta (...) presentarse como un liberal clásico británico del siglo XVIII". Parece querer resolver esta evidente contradicción por la vía de cuestionar su adhesión al liberalismo clásico, señalando que “posar en compañía de Adam Smith y David Hume, como dechado de racionalidad y bonhomía, tiene un encanto irresistible, aun cuando sus ideas lo empujen a las antípodas de estos pensadores”. Si bien parece ser que Somarriva efectivamente investigó al menos parte del trabajo del canadiense, olvidó revisar las múltiples charlas y escritos en los que Peterson defiende la compatibilidad del liberalismo clásico con la existencia de jerarquías sociales (vistas como el producto natural de la interacción humana en el marco de una sociedad y mercados libres), su defensa del libre mercado frente a lo que Peterson considera la amenaza socialista, y sus constantes advertencias sobre los peligros de las ideologías totalitarias. El mismo Peterson se ha encargado de grabar y publicar sus cátedras universitarias en su sitio web personal, las que están plagadas de advertencias acerca de los peligros del nazismo y de fragmentos de la obra del autor anti-comunista ruso Alexander Solzhenitsyn.


Con todo, la pretensión de Somarriva de presentar al canadiense como un indefinido político que coquetea con “jóvenes hombres blancos agraviados por las políticas identitarias de los liberales demócratas" es muestra de una intención perversa de caricaturizar a Peterson como un reivindicador de alguna especie de nacionalismo étnico, o de al menos cuestionar su real adherencia a las ideas del liberalismo clásico. Sin embargo, su inconsistencia es patente, y él mismo se contradice nuevamente al señalar que, dada su adherencia al liberalismo clásico, “su público es muy diverso”.


Es interesante notar cómo la crítica que desliza Somarriva es idéntica a la que han realizado los detractores de Peterson en el mundo anglosajón, e incurre en las mismas inconsistencias argumentativas, lo que hace que nos preguntemos acerca de la originalidad del texto publicado por el historiador chileno.


Somarriva se apresura también a emitir juicios que denotan un conocimiento superficial y sesgado de la obra del canadiense. Señala, por ejemplo, que Peterson "ha negado ser conservador, aunque su discurso proponga recuperar el pasado". Al respecto, Peterson ha señalado en múltiples oportunidades que si bien no cuenta con el perfil psicológico propio de un conservador -y que por ello no puede considerarse tal-, no desestima el valor de las tradiciones. En una defensa de una posición intermedia -muy propia del liberalismo clásico, por lo demás-, Peterson hace diversas analogías respecto a su posición política (utilizando como referencia ideas que van desde la teoría de la evolución al yin-yang del taoísmo), valorando por un lado la tradición, pero abriéndose también a un cierto grado de innovación, que considera necesaria para darle vitalidad a toda sociedad.


Somarriva cuestiona al canadiense señalando que: "las bases de su ideario desbordan los confines de la psicología tradicional y se proyectaban hacia la ciencia, el análisis de los mitos ancestrales, las grandes obras de la literatura y la filosofía. Es decir, el forraje habitual de un gurú, o bien, de un charlatán con pretensiones (...) Su argumento de que la experiencia evolutiva y la sabiduría ancestral de los grandes relatos mitológicos son unidades de información encapsuladas e incorporadas en nuestra naturaleza, no parece muy convincente. Da la idea, en cambio, de que se trata de piezas de un estrafalario artefacto de propaganda reaccionaria”. Este cuestionamiento pone en evidencia, en primer lugar, que Somarriva es víctima del mismo terror que sufren con frecuencia los simpatizantes de su sensibilidad ideológica: el terror a un estudio integral de la naturaleza humana (en todas sus dimensiones, y no sólo en su dimensión material), y a un estudio que considere que la realidad puede tener explicaciones multicausales que escapen a lo que dictan los marcos teóricos o la ideología. La arrogancia intelectual que suelen mostrar intelectuales con esta sensibilidad se traduce generalmente en mera palabrería con el fin de denostar a quienes no siguen sus dogmas, por cuanto -dado que constituyen actualmente el paradigma dominante dentro de un sector importante de la academia- temen perder su posición. El gran “peligro” que intuimos Somarriva quiere denunciar es que Peterson ha logrado que muchos jóvenes se alejen de dichos dogmas, que son el cimiento de la izquierda posmoderna radical con la cual muestra simpatías, y se acerquen a otras líneas de pensamiento (fundadas, por ejemplo, en los hallazgos de la neurociencia y la biología evolutiva), llegando a conclusiones diametralmente distintas acerca de la naturaleza humana, la sociedad y la política.


Finalmente, y dado que Somarriva parece querer enjuiciar desde su condición de historiador aspectos que escapan de su dominio intelectual (o que, al menos, no ha llegado a comprender del todo), consideramos pertinente recordarle que Peterson fue profesor de psicología e investigador en la Universidad de Harvard por varios años. Además, es actualmente catedrático de la Universidad de Toronto, cuenta con más de 11.000 citas en publicaciones indexadas de carácter científico, y ha trabajado en coautoría con académicos de las mejores universidades del mundo. Ya el primer trabajo de Peterson, llamado “Maps of Meaning” (donde realiza un análisis de mitología comparada basado en las ideas del psicólogo y erudito suizo Carl Jung), tiene más de 300 citas. Su rigurosidad académica y científica está avalada por los múltiples trabajos que cuenta en psicometría, donde destaca su trabajo “Between facets and domains: 10 aspects of the Big Five”, el que tiene más de 1.000 citas en publicaciones indexadas. Asimismo, Peterson lidera un emprendimiento llamado "Self Authoring Suite", en el que presta asesoría de bajo costo en base a investigaciones sobre programas para la mejora del rendimiento académico a nivel universitario. La mera afirmación de que estaríamos en presencia de un “charlatán” nos habla de la poca seriedad con la que Somarriva ha sopesado la figura de Peterson, y nos hace cuestionarnos nuevamente acerca de su rigurosidad y credenciales académicas. Si los argumentos presentados por Peterson no resultan convincentes para el historiador chileno, hemos de presumir que se debe probablemente a su poca preparación en las materias tratadas, y/o sencillamente a una deshonestidad intelectual de proporciones producto de su sensibilidad política, lo que resulta a lo menos escandaloso para la institución universitaria de la cual forma parte, que se jacta de ser una institución de excelencia.

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