Por Francisco Albanese Pastene
Conforme avanzan los tiempos y la aldeaglobalización y la favelización del mundo occidental van tomando forma (ese “Globalistán” del que habla Pepe Escobar en su Globalistan: how the globalized world is dissolving into liquid war, y luego en Obama Does Globalistan), atestiguamos una realidad: los conceptos occidentales de Libertad e Identidad se ven cada vez más amenazados. Al primero se le ataca por medio de políticas de Estado que apuntan a coartar la voluntad del individuo y sus elecciones personales según intereses, y al segundo se le ataca a través de un discurso elaborado por humanistas que, basándose en sesgados estudios de otras disciplinas, tratan de desestimar la importancia del sustrato biológico y cultural (es decir, la identidad) del ser humano como esencial para el posicionamiento de éste frente al mundo. Se insiste que los seres son tan diferentes entre sí que llegan a ser igualmente insignificantes, alterando la visión de la evidente realidad a través de filtros ideológicos. Donde el ojo humano ve violencia, comportamiento agresivo y una clara disolución y reemplazo de los valores occidentales, ellos insisten en mostrar una positiva diversidad cultural, una igualdad conductual y una raza humana futura que consiste en la desaparición de todas las identidades, y logran que su visión se vuelva la verdad oficial.
La diferencia y lo particular son sacrificados en el altar de lo universal y global.
La lucha cultural o metapolítica, esta guerra de guerrillas de las ideas que establece avanzadas progresivas de convencimiento, es un terreno que ha sido ampliamente descuidado por parte de las ideas que no están impregnadas del liberalismo progresista, marxismo cultural o humanismo totalitario, creando un gran vacío que permite el avance sin oposición de las ideas que han terminado por subvertir el lenguaje y proscribir los valores y la ética que han estructurado a las culturas europeas y occidentales. Mientras algunos se desviven por hacerse presentes a través de lo político, las ideas que socavan los cimientos de nuestra cultura siguen trabajando sin detenerse, de forma extra-parlamentaria y transversal a cualquier partido político. De esta manera, sea quien sea que esté al mando del país, las multitudes seguirán reflejando los valores que han sido insertados por un trabajo sistemático pero constante, diseñado por una minoría.
Así, vemos a la Derecha anidando ideas de naturaleza izquierdista en su seno, las que terminarán destruyéndola desde su interior, de la misma manera que un ave sacrifica a su progenie al criar al cuco, que luego de ser puesto por su madre en un nido ajeno, arroja del nido a los huevos para los cuales fue hecho el nido.
La lucha cultural debe ser sacada de la marginalidad que se encuentra hoy en día, pues el alcance efectivo que tiene en las instancias en las que se ha entablado es más bien escaso. Esta lucha cultural debe expandirse a cuanto espacio de la sociedad sea posible, no obviando ninguno ni despreciando su importancia. Hay que tener en cuenta que la actual hegemonía es la condición por defecto del sustrato que debe ser conquistado, y eso significa que cada espacio que es descuidado y desatendido, será llenado prontamente con la hegemonía imperante. Esta batalla de las ideas debe consistir en convencer y cambiar el fondo de lo que se piensa. Si no se consigue conquistar la hegemonía del pensamiento, la lucha política se vuelve estéril y efímera. Peor aún, se terminan haciendo concesiones con tal de secuestrar el poder por un poco más de tiempo, y ya no se distingue la línea que diferencia al nosotros respecto del ellos.
Definitivamente, la lucha cultural necesita algo más que capital humano e ideas: necesita recursos de todo tipo para que estas ideas logren efectivamente posicionarse en la sociedad y, desde ahí, llegar a la gente para la cual esta lucha cultural está guiada. No basta sólo tener y formular las ideas en portales de internet, libros y reuniones, pues si éstas no logran llegar al público que se espera que sea quien porte esas ideas, será como tener semillas guardadas en sacos mientras el suelo es sembrado con malezas. Nuestras ideas deben instalarse en la prensa, en las universidades, en los colegios, en organizaciones sociales, en redes sociales y en cuanto espacio de la sociedad sea posible. Nuestras ideas deben generar debate y lograr que el ciudadano medio piense primero y luego cuestione la hegemonía imperante, y no sea tan sólo un mero repetidor de las ideas instaladas por una minoría. Es ahí cuando la guerra de guerrillas de la cultura triunfa.
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