Por Nicolás Palma Catalán
Partamos con los hechos: el miércoles 15 de marzo recién pasado, José Antonio Kast estaba programado para dar una charla sobre su experiencia en el servicio público en la Universidad de Concepción, la cual fue cancelada por presiones de los colectivos de estudiantes de izquierda, ya que según ellos su presencia “exalta la violación a los Derechos Humanos en dictadura” y es un “promotor de un discurso de odio”.
Tras las presiones, la Universidad emitió un comunicado explicando su decisión de cancelarla, en el cual afirma que se prohíbe el uso de sus dependencias “con fines políticos y partidistas” lo cual, más que explicar la situación, lo que hace es generar más dudas: ¿Por qué entonces hace dos meses la Universidad de Concepción abrió de par en par sus puertas para recibir a Beatriz Sánchez? Tiene derecho a quejarse el ahora ex-diputado, pues el criterio para ambos casos no fue el mismo, y evidentemente uno puede preguntarse si los colectivos de izquierda tienen cooptado al rector para que haga lo que ellos quieren, en desmedro del debate y el libre intercambio de ideas de todos los colores que uno esperaría debe darse pues, de otra forma, no estaríamos hablando de una universidad propiamente tal sino de una burbuja que sólo alimentaría cultos ideológicos cerrados. Y los cultos ideológicos no sirven cuando tienes que ponerte en los zapatos de quienes más lo necesitan.
Pero esta columna no es para hablar sobre el cuestionable manejo de la Universidad sobre quienes pueden o no exponer ni su carácter poco republicano, sino sobre la actitud que tuvo la izquierda ideológica (la que no está limitada a lo político), de intentar hacer callar al ex-candidato por todos los medios posibles, y luego justificar su actuar porque “no se puede tolerar a los intolerantes” citando a Popper con una tierna imagen de Pictoline (sitio de propaganda progresista) y afirmando que Kast “sólo promueve el odio”.
¿Popper habría avalado la censura de Kast?
Pongámonos en contexto y traigamos la cita completa de Karl Popper, desde su libro La Sociedad Abierta y sus Enemigos, notas al capítulo 7:
“La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos”
Lo primero que podemos preguntarnos es quiénes serían intolerantes, y cuándo se justificaría aplicar la intolerancia hacia ellos. Según Popper, intolerante es aquél que acusa a los demás de engañosos y busca prohibir que sus seguidores atiendan argumentos racionales, y por último busca enseñar a responder con puños o armas frente a esos argumentos racionales. Entonces, la paradoja aplica toda vez que hemos comprobado que aquel que es acusado de intolerante lo que busca es cerrarse a escuchar otras opiniones, y en lugar de buscar un intercambio racional lo que quiere es atacar la posición del otro para ponerla como engañosa, y siempre que se demuestre que está dispuesto a la violencia. Ergo, por ejemplo, no podríamos hacer callar tratando de intolerante al cristiano que predica la Biblia, ni tampoco a quienes afirmen que “los niños tienen pene y las niñas vagina”, a menos que demostremos que están dispuestos a utilizar la violencia o a cerrarse a escuchar otras opiniones, y promover lo mismo en sus seguidores. Tampoco entran en la categoría de censurables quienes tengan reparos a la inmigración, a menos que se cumplan las condiciones arriba mencionadas.
Así las cosas, Kast no cumple con los requisitos de Popper para ser calificado como censurable, y lo paradójico de todo esto es que las condiciones que establece el filósofo austríaco aplican mucho más al actuar que tienen los colectivos de izquierda en las universidades, los mismos que suelen enclaustrarse en sus propias opiniones, tachar al resto que no se suma de poco comprometido con la causa o de fascista neoliberal, y ahora último hacen callar las exposiciones de otros puntos de vista o amenazan con violencia, tal como se vio en la última charla de Kast donde un sujeto llamado Pablo se puso a gritar que era fascista y amenazó con traer más gente la próxima vez. Cualquiera que conozca por dentro esta realidad sabe cómo funcionan las federaciones de estudiantes en su mayoría: Repiten votaciones hasta el cansancio para lograr los paros y tomas, bajan los quórums para arrogarse representatividad, y en las asambleas sacan a patadas a quienes no se sumen a la opinión "mayoritaria". Pero lo interesante es que justifiquen su actuar censurador con Popper, quien siempre fue un férreo crítico del materialismo dialéctico y del socialismo “científico” por considerarlo no falsable (sin rigor científico) y lo más probable es que hoy estaría criticándolos a ellos. Este es el problema cuando tu única fuente de información es un meme: terminas citando a quien literalmente te está criticando a ti.
Discursos de odio
El problema de intentar prohibir los discursos de odio "en nombre de la tolerancia" es saber quién define lo que se considera como discurso de odio. ¿Podríamos, por ejemplo, considerar como un discurso de odio la retórica de la lucha de clases proletaria levantada por buena parte de la retrógrada izquierda latinoamericana contra la clase empresarial? ¿Podríamos considerar como un discurso de odio el uso del término “facho pobre” a todo aquél que provenga de una situación económica desventajosa y no apoye incondicionalmente a la izquierda? ¿Qué tal les parecería tomar como un discurso de odio las referencias a la supuesta endogamia del barrio alto? Y así sucesivamente.
Si definimos como discurso de odio aquellos discursos que terminan por avalar dictaduras, ¿por qué Alejandro Cao de Benos tuvo cabida para exponer sus puntos de vista defendiendo a Corea del Norte en la misma Universidad en que Kast ahora no pudo? Quien no vea un doble estándar acá es porque simplemente no está viendo el punto de fondo, y el punto de fondo es que es la izquierda ideológica la que hoy está definiendo qué es un discurso de odio, con todo lo que eso conlleva para la libertad de expresión. ¿Podemos realmente confiarles eso?
Si uno observa lo que sucede en Estados Unidos y Europa, puede ver que la nueva izquierda posmoderna ha desarrollado una táctica de pánicos morales dirigida a cualquiera que se atreva a cuestionar sus políticas en determinados temas, y tachan a todos de racistas, xenófobos o misóginos si no concuerdan con su forma de pensar. Ellos han utilizado este juego para barrer con sus rivales, callarlos, hacer que pierdan sus empleos, presionar para que las empresas hagan lo que ellos quieren como introducir cuotas, e incluso han promulgado leyes totalitarias que atacan la libertad de expresión, la más rigurosa de todas en Inglaterra, donde están deportando y metiendo en la cárcel a gente por opinar en Twitter.
Lo que hay detrás de todo esto es un camino de servidumbre, cuando se reclama el derecho a agresión hacia aquellos que, antes de cometer delito alguno, poseen opiniones que hoy en día pueden sonar intolerantes (pero que en otros contextos no), se vuelve fácilmente una tiranía dispuesta a usar violencia en contra de gente que hasta ahora es inocente, lo cual abre la pregunta de si acaso la paradoja planteada por Popper no es en sí misma totalitaria. Cabe destacar que todas las dictaduras comunistas poseen o tuvieron en sus apartados leyes contra el odio o la incitación al odio (como el temible artículo 58 del Código Penal de la URSS), y la táctica de callar por la fuerza a quienes dicen verdades inaceptables para la izquierda tiene larga data. Ya era denunciada por Ludwig Von Mises en La Mentalidad Anticapitalista, en el año 1956: “Todo el mundo es libre para abstenerse de leer los libros, revistas y periódicos que no le gusten e incluso para recomendar a terceros que los rechacen. Pero es muy distinto que unos amenacen a otros con graves represalias si no se dejan de favorecer a ciertas publicaciones y a sus editores. En muchos países, los diarios y revistas se asustan ante la perspectiva de un boicot por parte de los sindicatos obreros. Rehúyen toda la discusión sobre el tema y se someten vergonzosamente a los dictados de los capitostes."
Éste es el juego que ellos están proponiendo: callarte. Siempre lo han intentado hacer. ¿Lo harás?
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