top of page
Search
  • Writer's pictureCEL Chile

La guerra contra los liceos de hombres

Por Cristian Mancilla, profesor de humanidades


Mantener liceos de hombres es una tradición y, como tal, puede ser cuestionada. Puesto que son instituciones, deben contar con reglas y estas pueden especificar que los liceos matriculen solamente hombres. Esta realidad ha sido desafiada por el discurso del movimiento feminista, aun cuando este mismo movimiento contradice tal discurso con su práctica al momento de haber levantado «tomas» y otros órganos exclusivamente femeninos. Entonces, debemos aceptar que el movimiento feminista corriente no rechaza la posibilidad de que las instituciones admitan solamente hombres o solamente mujeres, sino que afirma con su discurso que los liceos no deben admitir alumnos de un solo sexo.



Los argumentos ofrecidos contra los liceos de hombres son los siguientes: (1) que convertir los liceos de hombres en mixtos significa un avance, (2) que la existencia de liceos de hombres implica una forma de sexismo o desigualdad de «género», (3) que el número de liceos exclusivos es bajo y ha disminuido en años recientes, (4) que la matrícula exclusiva para varones atropella el derecho a la educación de las mujeres y (5) que estamos en el siglo 21ro. Ninguno de estos argumentos resulta válido, sin embargo, puesto que todos transgreden alguno de los tres principios de la argumentación: se trata, pues, de argumentos falaces. (1), (2) y (4) transgreden el principio de aceptabilidad, puesto que constituyen premisas problemáticas: se trata de afirmaciones infundadas que están siendo expresadas como si fueran hechos reales o verificados, con el solo propósito de respaldar la tesis. (3) y (5), por su parte, transgreden el principio de relevancia: aluden a hechos verídicos, pero que no conducen de manera lógica hacia la tesis propuesta. En consecuencia, no existen —repito: no existen— razones válidas para oponerse a la existencia de los liceos de hombres.


Quienes se oponen a la existencia de los liceos de hombres carecen de razones admisibles bajo criterios argumentativos, pero igualmente están muy convencidos de que su causa resulta justa y buena: como en la plantilla mémica «no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas». Este dato respalda la tesis que planteé el año pasado en la revista Crítica.cl: que el movimiento feminista corriente es visceral, no racional.


Los feministas deben entender una cosa: las instituciones y sus reglas son independientes de nuestros deseos o caprichos. De hecho, ellos deben empezar aceptando que el carácter distintivo de una institución es que tiene reglas: sus procedimientos están normados de manera explícita. ¿No establecieron ellos mismos la regla de que las tomas «feministas» de 2018 podían ser integradas y visitadas exclusivamente por mujeres? Esta es una regla. Y su aplicación le otorgaba carácter institucional a las tomas. Por mucho que estas tomas hayan constituido delito de usurpación, tenían carácter institucional por cuanto contaban con reglas (y las seguían). Si esta norma hubiera sido ignorada, el carácter institucional de las tomas se habría desvanecido. Por supuesto, yo me podía desnucar gritando contra esta norma, pero es un hecho que no tenía la facultad de incidir en forma directa sobre ella para modificarla o eliminarla.


En consecuencia con lo anterior, sostengo que los feministas deberían articular argumentos honestos y no presentar argumentos tan pobres como los que refuté arriba. Ni siquiera alcancé a refutarlos de manera efectiva, puesto que me encontré con que eran argumentos inválidos (!). Estos argumentos inválidos llegaron a ser publicados porque quienes los utilizan están fingiendo que se trata de argumentos reales y efectivos y que les otorgan la facultad de incidir directamente sobre la existencia de los liceos de hombres. Pero esto no es así. Si los feministas quieren luchar de manera honesta, tienen que dejar de fingir que tienen alguna facultad sobre las instituciones que no les pertenecen y argumentar desde su posición, aun cuando sea precaria. Si odian la tradición, podrían decirlo de manera abierta y ya: nos ahorrarían a todos la molestia de desentrañar sus argumentos falaces y hasta ganarían más adeptos entre quienes se sienten identificados con esta misma sensación.


Si los feministas no aceptan abiertamente en sus argumentos que ellos no tienen la facultad de incidir sobre la existencia de instituciones ajenas, están admitiendo que cualquiera puede tomar decisiones sobre la existencia de sus propias instituciones, como las tomas «feministas»: lo hacen de manera implícita, como explica Alan Gewirth en su artículo «The Epistemology of Human Rights». Todo el que vulnera un derecho ajeno se pone en riesgo a sí mismo, pues admite que tal derecho también puede ser vulnerado en su persona: así funciona el principio de reciprocidad.


Necesitamos mínimos argumentativos para proponer nuestras iniciativas. En primer lugar, que ellas respeten el principio de no agresión —no vulnerar la vida, la libertad y la propiedad de otros— y el principio de reciprocidad —imperativo categórico. En segundo lugar, que ellas observen los principios de la argumentación: aceptabilidad, relevancia y suficiencia. Esta exigencia se aplica sobre cualquier discurso. Los feministas no están cumpliendo con ella y, por ende, sus demandas contra los liceos de hombres en particular y contra la igualdad ante la ley en general no pueden ser más que ignoradas o rechazadas, puesto que aceptar sus premisas pondría en riesgo las bases mismas de la civilización.

162 views0 comments
bottom of page