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El liberalismo y la defensa de los valores occidentales

Por Alfonso España


Se ha planteado en diversas ocasiones, y en diversas plataformas, que el liberalismo, y en consecuencia los liberales y libertarios, tendrían el imperativo de defender los valores occidentales. Bajo el argumento de la influencia que el cristianismo tuvo en el origen de la filosofía liberal, se pretendería establecer una relación tal entre el liberalismo y los valores occidentales, que eventualmente nos iríamos al infierno de la sociedad iliberal si se dejaran de lado estas concepciones de mundo estáticas sobre la “naturaleza humana”, tal como las parejas heterosexuales, ser padre o madre, etc.



Sin embargo, el liberalismo, desde sus inicios, lo que ha hecho es, justamente, cuestionar los “valores de occidente”: de ahí que la primera división política partidista relevante en la historia fuera entre liberales y conservadores; los primeros promovían el progreso de la humanidad a través de la libertad individual, mientras que los segundos temían por los cambios que dicha libertad podía traer a las costumbres y las relaciones entre estamentos.


El chovinismo por los valores de una civilización ha estado en boca de los conservadores desde antes del supuesto nacimiento de Jesús, en el año 399 antes de cristo, cuando se juzgó a Sócrates por “corromper a la juventud” a través de la filosofía.


Más adelante, bajo la hegemonía conservadora que buscaba que no se cuestionaran los valores cristianos, se prohibieron muchos libros e investigaciones en forma de inquisiciones contra todos aquellos que por sus descubrimientos científicos cuestionaban el teocentrismo en el que se basaba la cosmovisión occidental de la época. Hoy en día, la escena parece repetirse con las posiciones radicales de la izquierda, pero también en algunos sectores autodenominados liberales.


Ante este escenario, quienes defendemos la libertad debemos ser claros: el liberalismo en sí es revolucionario e innovador; de hecho, desprecia la tradición y la costumbre en la medida en que refuerzan los prejuicios y hacen que los seres humanos asuman verdades por convención u opinión más que por análisis, experiencia o saber. En otras palabras, el liberalismo no observa al ser humano como alguien que tuviese un deber moral con los valores del rebaño, sino como individuo capaz de asumir su propia responsabilidad y destino.


El libertarianismo, en este sentido, no puede cegarse ante la tentación de defender los valores occidentales so pena de perder su esencia.


Además, el cambio en nuestros valores y valoraciones van de la mano del intercambio, la experiencia, la ciencia y, sobre todo, la catalaxia. En este sentido, la defensa de la libertad no pasa por la defensa de un occidente idealizado que deba ser protegido a través de la fuerza, sino por la disminución del uso y abuso arbitrario del poder, la desigualdad ante la ley, las tiranías y la coacción del Estado o individuos contra nuestras libertades.


Así, el mayor problema no es el cambio en los valores y formas de vida de las personas, sino las ideologías que legitiman el uso de la fuerza contra un supuesto enemigo; y el conservadurismo no teme en cometer el mismo error, violentando o tratando de degenerado o decadente a quienes no se rigen por sus mismos valores. Por el contrario, el liberalismo nunca ha reivindicado la violencia, a menos que sea contra un tirano que usa arbitrariamente el poder estatal para sí y los suyos a costa de la libertad de los ciudadanos.


En suma, no deberíamos convertirnos en lo que criticarnos y perder el rumbo hacia la defensa de occidente. Debemos dejar que cada cual persiga y viva acorde a sus propios valores, siempre y cuando no atente contra nuestros fines individuales, es decir, mientras no nos dañe físicamente. Argüir que el Estado debe proteger y promover unos valores por sobre otros no es más que un intento desesperado de controlar a la población en función de una fantasía, de una entelequia resultante de la abstracción de occidente.


Tal como indica Hayek en Los Fundamentos de la Libertad, el conservador, como el marxista, “considera natural imponer a los demás sus valoraciones personales”. Un Estado mínimo nunca ha de promover unos valores por sobre otros, sino limitarse a proteger nuestros derechos individuales como la libertad de expresión, de asociación y de intercambio, y protegernos contra el fraude y la invasión extranjera.

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