Por Roberto A. Barrera Lobos Francia, año 1789. La Asamblea Nacional Constituyente es convocada, como parte de los acontecimientos de la Revolución Francesa. A la izquierda del presidente de la Asamblea, se ubican los miembros que proponen la soberanía popular por sobre el poder del rey, es decir, los progresistas; a su derecha, se encuentran aquellos a favor de restituir el poder absoluto del monarca: los conservadores.
Si bien puede considerarse un dato anecdótico, tomando en cuenta el influjo de esta revolución en particular alrededor del mundo, es prudente no subestimar la dicotomía que aquí surge. Por más banal que este pequeño gesto pueda parecer a simple vista, las posturas político-ideológicas de izquierda y derecha han incidido en conflictos a escala mundial como la Guerra Fría, generando controversia y división incluso hasta nuestros días.
Esta misma dualidad es la que aparece, especialmente en tiempos de elecciones, para dividir el mundo político entre derecha e izquierda. En este escenario se presenta una pugna, como si se tratara de un enfrentamiento épico entre las fuerzas del bien y el mal, la que ha llevado a nuestro país durante estos últimos años a transiciones políticas pendulares, en busca del “mal menor”. Sin embargo, el espectro político es mucho más amplio, complejo y diverso de lo que se nos trata de presentar.
Es de vital importancia para la salud de nuestra democracia y política empezar a cuestionar si esta polarización de verdad contribuye al crecimiento, la libertad y el mejoramiento de la calidad de vida de las personas en nuestro país; en definitiva, saber si realmente la política chilena está trabajando en función de los ciudadanos o sólo busca satisfacer sus propias ambiciones de poder sobre la base de esta disputa anacrónica y simplista.
En este punto es prudente aclarar que el presente artículo no pretende ser un tratado definitivo sobre las alternativas, sino más bien un resumen analítico de las principales tendencias e ideologías que predominan en la esfera política.
Cuando todo es relativo.
El centro político nace también de la mano de la Revolución Francesa. A los grupos de izquierda (Jacobinos) y derecha (Girondinos), se sumaban los indecisos, la “Llanura” o “Pantano”, llamados así por su ubicación dentro de la asamblea: Al centro y en la parte baja. Ya desde esta época el centrismo apoyaba, según las circunstancias, a la derecha o a la izquierda.
El centro o centrismo se ha definido —o más bien indefinido — desde su propia ambigüedad. A pesar de su consigna por tratar de equilibrar las fuerzas entre izquierda y derecha, finalmente tiende al oportunismo situacional, procurando esta posición intermedia, de indecisión, afiliaciones temporales e intervención gubernamental selectiva, lo que hace dudar de sus propias convicciones y de si éstas realmente existen.
Sobre esto tenemos numerosos ejemplos bastante grotescos, siendo uno de los más significativos dentro de la esfera nacional, su papel en la ratificación de Allende como presidente: “[Allende] Logró el triunfo definitivo gracias a la intervención de la Democracia Cristiana, que tenía la mayoría en el Parlamento.”[1]; la posterior iniciativa de declararlo inconstitucional: “Fue un hecho extraordinario que el Acuerdo de la Cámara [Sobre la inconstitucionalidad del Gobierno de Allende] haya sido aprobado por todos los diputados del PDC, el partido mayoritario cuyo líder indiscutido era el Presidente del Senado y ex Presidente de la República Eduardo Frei Montalva, pues sólo tres años antes, el 24 de octubre de 1970, ese mismo partido había contribuido con todos sus votos a elegir Presidente a Salvador Allende en el Congreso Pleno.”[2]; y el apoyo a la Junta Militar con la posterior oposición al régimen “Patricio Aylwin hizo un mea culpa por su apoyo inicial a la dictadura y por hacer oídos sordos a las primeras denuncias sobre violaciones a los derechos humanos.”[3]
“El relativismo es hijo natural de la permisividad.” (El hombre Light. Rojas, E., 1992)
A la diestra del padre…Gatica.
A quienes se identifican con la derecha en general les gusta la elección personal en términos económicos y la toma de decisiones centralizada en asuntos civiles. Abogan por que el gobierno defienda a la comunidad de las amenazas a su fibra moral. Los derechistas valoran mucho el ordenamiento jurídico y aceptan la diversidad en la economía, pero buscan similitud en el comportamiento social, de ahí que son definidos como conservadores.
En Chile, hablar de derecha política es, para la inmensa mayoría, sinónimo de los males del neoliberalismo. Pero ¿Qué es realmente el neoliberalismo? Este término fue acuñado por el economista Alexander Rüstow en 1938, buscando una alternativa para su visión que intentaba combinar las doctrinas marxistas con las de Adam Smith, es decir, promover una economía de mercado bajo el control de un Estado fuerte, la llamada economía social de mercado.
Fuertemente asociado a la derecha se encuentran tanto el Gobierno Militar, régimen autoritario del General Pinochet —o Dictadura Militar si se prefiere— como los “Chicago Boys” con su obra “El Ladrillo” que sentó las bases de la reforma económica impuesta por el Gobierno de la Junta Militar de 1973. Pero, contrario a la creencia de que la Escuela Austriaca de Economía, y en particular Milton Friedman, apoyaban este régimen de gobierno autoritario y sus reformas, el carácter redistributivo y de intervencionismo estatal que proponía este texto podría situarse más bien dentro del keynesianismo. No por nada continúa en vigencia hasta nuestros días, debido a los réditos económicos que supone para la élite política.
“Hoy día Chile ha perdido su libertad y es gobernado por un régimen autoritario. En mi opinión, sus problemas se originaron unos 50 o 60 años antes, cuando Chile se convirtió en uno de los primeros países en implementar un Estado de bienestar […] Para controlar al pueblo, el régimen de Allende amenazaba con una dictadura de izquierda. Una contrarrevolución siguió y una junta autoritaria fue establecida por los militares. En ambos casos, Chile perdió su libertad. (Friedman 1977, 110-1)”[4] (Montes, L., 2016)
“De derecha serían entonces los defensores más elitistas del orden establecido, incluyendo a los nostálgicos del siglo XIX, a los que se inspiran en las grandes corrientes autoritarias europeas de la primera mitad del siglo XX y a los que recogen las tradiciones autoritarias (y militaristas) más locales.” (González y Queirolo, 2013)
Para muchos de sus detractores la derecha es “[…]un colectivo de personas, que, por su ancestro aristocrático, su dinero, sus vínculos familiares o sus relaciones comerciales o profesionales, conservan o asumen un juicio común y excluyente sobre la convivencia de los pueblos.”[5], quienes además evidencian un fuerte vínculo con las tradiciones conservadoras, las agendas valóricas y el apego a las doctrinas judeocristianas, principalmente promovidas por el mundo católico y evangélico.
A estas alturas, con tantas coaliciones como matices, la definición más acertada y menos abstracta de derecha es la que postula el economista argentino Javier Milei: “Un tipo de derecha es alguien que es un liberal en lo económico […] pero que es un conservador en lo cultural”
Sin embargo, a lo largo de la historia, el carácter liberal de la economía ha sido corrompido por parte de la derecha latinoamericana, para dar paso a un mercantilismo estatal: Privilegios, monopolios, oligopolios, aranceles y burocracia han sido las características a la hora de comerciar en nuestro país y en el resto de la región. Respecto de la libertad cultural, continúa predominando en la derecha ese delirio de superioridad moral y de iluminación divina —a sus propios ojos— para marcar la pauta valórica de la sociedad, pasando por alto el principio del libre albedrío que paradójicamente afirman respetar.
Ciertamente los valores cristianos son para muchos un ideal a alcanzar; su observancia y ejercicio están protegidos constitucionalmente, debiendo ser defendidos y garantizados, pero ¿En verdad el Estado —y en particular la derecha— están a la altura para modelar los valores de la sociedad?
“Predicar moral es cosa fácil; mucho más fácil que ajustar la vida a la moral que se predica.” (Arthur Schopenauer)
Dos pasos a la izquierda de Marx.
La izquierda política es sin lugar a duda sinónimo de revoluciones. Ya desde su origen conceptual en Francia, pasando por la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, la Revolución China de 1949 y la Revolución Cubana en 1959, la doctrina de izquierda ha recurrido al uso de la fuerza para imponer su ideología, coactando las libertades individuales en favor del ideario colectivo que pregonan defender, e inspiradas en el Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friederich Engels.
“El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.” (Marx y Engels, 1848)
A las personas de izquierda o liberales les gusta la elección personal en asuntos civiles y la toma de decisiones centralizada en economía. Quieren que el gobierno sirva a los desfavorecidos y promueva la igualdad, aceptando la diversidad en el comportamiento social.
¿A quién —con un mínimo de empatía y humanidad— no le afectan las injusticias y el infortunio que sufren los más desposeídos? Sin duda nadie puede abstraerse de esta realidad, cosa que tanto los autores de este documento como sus exponentes y defensores han sabido explotar para obtener rédito político. No obstante, el modelo marxista adolece serios problemas desde su mismísima concepción, al ignorar principios básicos de economía tales como la naturaleza limitada de los recursos o el hecho de que las personas responden a los incentivos. De esta manera su ideología apela a nuestra emocionalidad, a lo visceral; en definitiva, a la naturaleza bondadosa, solidaria y altruista que poseemos —en mayor o menor medida— como seres humanos.
A pesar de ello, toda esta ola revolucionaria trajo consigo persecuciones, privaciones, encarcelamientos, pobreza, hambruna y muerte, muchas veces tanto para la burguesía, señalada como la causante de todos los males de la sociedad, como para los mismos proletarios que afirmaban defender.
“Según estimaciones […] el número de las personas asesinadas por los regímenes comunistas divididos por países o regiones se muestra de la siguiente manera: La Unión Soviética: 20 millones de víctimas; China: 65 millones; Vietnam: 1 millón; Corea del Norte: 2 millones; Camboya: 2 millones; Europa del Este: 1 millón; América Latina: 150.000; África: 1,7 millones; Afganistán: 1,5 millones.”[6]
En Chile, la corriente marxista cuenta con dos escaramuzas a su haber: La breve República Socialista de Chile, ocurrida entre junio y septiembre de 1932, de orden cívico-militar, y lo que se llamó “la vía democrática al socialismo” liderada por el presidente Salvador Allende entre 1971 y 1973. Sin embargo, a instancias del Partido Socialista, de la intervención cubano-soviética, del MIR y finalmente del mismo Allende, esa vía democrática mostró su verdadera cara. “Allende mantuvo relaciones equívocas con el MIR, lo que incluyó apoyo material para su funcionamiento clandestino. ¿Por qué lo hizo? Para ganarse la confianza de sus dirigentes, pero también porque sabía que el MIR contaba con el apoyo cubano”[7]
En palabras del entonces presidente del Senado, Eduardo Frei Montalva: “El mundo no sabe que el marxismo chileno disponía de un armamento superior en número y calidad al del Ejército”[8]
Con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en la década de los 90, la izquierda latinoamericana quedó huérfana —tanto en liderazgo como en financiamiento—, por lo que se vio obligada a reinventarse de la mano de Fidel Castro y Lula da Silva, conformando lo que se denominó el Foro de Sao Paulo. En esta instancia se atendió la necesidad de abordar la revolución, ya no desde la guerrilla ni por medio del uso de la fuerza, sino que, infiltrándose en el frágil tejido democrático latinoamericano, desgastado por dictaduras, corrupción, abusos, populismo y mercantilismo estatal.
“Hemos constatado que todas las organizaciones de la izquierda concebimos que la sociedad justa, libre y soberana y el socialismo solo pueden surgir y sustentarse en la voluntad de los pueblos, entroncados con sus raíces históricas. Manifestamos, por ello, nuestra voluntad común de renovar el pensamiento de izquierda y el socialismo, de reafirmar su carácter emancipador, corregir concepciones erróneas, superar toda expresión de burocratismo y toda ausencia de una verdadera democracia social y de masas.”[9] (Declaración del Foro de Sao Paulo, 1990)
Es de este congreso marxista que surgen en la escena política figuras como las de Evo Morales, los Kirchner; Hugo Chávez y Nicolás Maduro; Dilma Rousseff, Rafael Correa y Michelle Bachelet, entre otros.
Pero a pesar de la promoción del marxismo cultural, finalmente la izquierda ha logrado superar su propio legado de destrucción. Ha calado en la fibra social con la ya desgastada lucha de clases, remasterizada para el siglo XXI —a través de la división por medio del odio y la polarización de la sociedad—, en la forma de: Machismo vs. feminismo; opresores vs. explotados; pro-vida vs. pro-aborto, etc. El pueblo versus el “anti-pueblo” dieron a luz una nueva versión del comunismo: La República Bolivariana de Venezuela, donde vuelve a repetirse el fracaso de la utopía marxista. “En Venezuela, la crisis económica y humanitaria continúa ahondándose. Se proyecta que el PIB real caerá un 35% en 2019, con lo cual la contracción acumulada desde 2013 superaría el 60%. Se espera asimismo que la hiperinflación continúe, y que la emigración se intensifique, previéndose para fines de 2019 una cifra total de migrantes venezolanos que rebasaría los 5 millones.”[10]
En pleno siglo XXI y a pesar de la evidencia empírica que deja de manifiesto los estragos del marxismo, sigue existiendo un gran número de personas que ven en las políticas de izquierda un ideal a alcanzar cegándose a la realidad que les rodea, producto de la invasión cultural y la exacerbación del antagonismo social que impera. Conviene entonces preguntarse, ¿Merece la pena sacrificar la libertad individual y la prosperidad de todo un país en pos de la utópica igualdad colectiva?
“Una sociedad que priorice la igualdad por sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad por sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas” (Milton Friedman)
La Mano Inservible.
Regímenes totalitarios los hay de todos los tamaños y colores. Con el ascenso de figuras de derecha como Jair Bolsonaro o José Antonio Kast, es común escuchar a sus detractores tildándolos como fascistas o nazis, adjetivos que no responden a la verdadera identidad de estas personalidades políticas. Ellos en realidad representan las ideologías de derecha, alejados de la centroderecha que —al menos en Chile—, ha buscado desmarcarse de sus propios ideales, para lograr una imagen “popular” ante la opinión pública.
Los regímenes totalitarios como el nazismo y el fascismo comparten el concepto de supremacía racial, y el expansionismo nacional de carácter imperialista por medio de la guerra. Por otra parte, la URSS también logró un avance militar expansivo gracias a la excusa que le otorgó Hitler en su campaña por conquistar el denominado espacio vital o lebensraum, llegando a controlar parte de la mismísima Alemania, la que pasó a llamarse República Democrática Alemana, que nada tenía de democrática. “Resulta obvio que el final de la guerra [Segunda Guerra Mundial] no significó el final del Gobierno totalitario en Rusia. Al contrario, fue seguido por la bolchevización de Europa oriental, es decir, la extensión del Gobierno totalitario […]” (Arendt, H., 1974)
“Por otra parte, el partido comunista chino, tras su victoria, apuntó inmediatamente a ser internacional en su organización, omnicomprensivo en su alcance ideológico y global en sus aspiraciones políticas, es decir, que sus rasgos totalitarios se hicieron manifiestos desde el comienzo.” (Arendt, H., 1974)
Erróneamente, se busca enmarcar el régimen autoritario de Augusto Pinochet en el fascismo/nazismo, pero ambas corrientes totalitarias perseguían un objetivo concreto en cuanto, o a superioridad racial (Alemania) o la reivindicación imperial (Italia), y cuya misión fue depositada en manos de un líder supremo ensalzado a la posición de caudillo por parte de sus seguidores, mientras que el autoritarismo es “la denominación que reciben las formas políticas de gobierno, donde el poder le es sustraído al pueblo y donde existen, en el mejor de los casos, solo aparentemente formas democráticas del proceso de toma de decisiones” (Ţiţei, A., 2014)
Podemos concluir entonces que el totalitarismo no responde a colores políticos exclusivos. Su ascenso al poder se ha basado en la supremacía de los ideales a los que aspiran, motivados por sesgos raciales, el decrecimiento económico, la exacerbación de los miedos y la frustración; la lucha de clases o el expansionismo imperial, resultando nada más que en caos y destrucción.
En la actualidad, transitamos hacia una nueva versión del totalitarismo basada en la promesa marxista del paraíso en la tierra. El populismo es “un mal endémico de América Latina”, donde los caudillos populistas “llegan al poder, usurpan (desvirtúan, manipulan, compran) la voluntad popular e instauran la tiranía” (Krauze, E., 2015)[11]. Con el paso del tiempo, esta corriente se ha revitalizado incluso en la derecha tal como pudo verse en la campaña de Donald Trump, y, más grave aún en el régimen de Vladimir Putin; “El populismo no es una ideología. Es una estrategia para obtener y retener el poder. Siempre ha existido, pero en los últimos tiempos ha reaparecido con fuerza, potenciada por Internet y por las frustraciones de sociedades abrumadas por el cambio, la precariedad económica y una amenazante inseguridad ante lo que deparará el futuro.”[12]
Para muchos, es el Estado el responsable absoluto y el encargado de corregir los males de la sociedad que se derrumba por los efectos nefastos del neoliberalismo, pero, contrario a una corrección, la intervención de los gobiernos por lograr dichos ajustes termina en manos de sátrapas que, en el mejor de los casos, continúan con el mismo sistema de economía social de mercado, donde la “Mano Invisible” del Mercado es desplazada con desdén por la “Mano Inservible” del Estado. Basta con revisar el avance estatista del chavismo o el kirchnerismo sobre estas materias.
“La mente totalitaria no acepta lo diverso, es por esencia monológica, admite sólo una voz, la que emite el amo y servilmente repiten sus vasallos.” (Pitol, S., 2006)
Inciso: La verdad incómoda.
Se dice que para que la historia pueda ser comprendida y juzgada con objetividad deben transcurrir al menos cincuenta años. Por otra parte, la perspicacia de la que puede disponerse ante los hechos es un valor tremendamente relevante para comprender las causas y consecuencias de los acontecimientos históricos.
En referencia al clima político militar de la época, el filósofo e historiador francés Alexis de Tocqueville escribió en 1835 sobre las potencias angloamericana y rusa: “El uno tiene como principal medio de acción la libertad; el otro la servidumbre. Su punto de partida es diferente, sus caminos son diversos; sin embargo, los dos parecen llamados por un secreto designio de la Providencia, a tener un día, en sus manos, los destinos de la mitad del mundo.”
Resulta increíble que, con más de cien años de antelación, Tocqueville haya previsto el enfrentamiento de estas dos potencias una vez concluida la Segunda Guerra Mundial. Tras la rendición de la Alemania Nazi, la incómoda alianza entre Estados Unidos-Gran Bretaña y la Unión Soviética comenzó a desmoronarse, pero la amenaza de una guerra nuclear debido al avance territorial de la URSS y los esfuerzos de EE. UU. por contenerlo —a pesar de parecer inminente—, se redujo al concepto de Guerra Fría, pues se libró principalmente en los frentes político, económico y/o propagandístico más que militar, al menos de forma directa.
Sin embargo, la Guerra Fría no fue precisamente fría del todo; las guerras subsidiarias afectaron a nicaragüenses, coreanos, etíopes, congoleses, somalíes y cubanos, entre otros. Por supuesto, los chilenos no fuimos la excepción.
“[…]como la KGB, a diferencia de la CIA, creyó que el ‘tercer mundo’ era la arena en la que podían ganar la Guerra Fría, el organismo de inteligencia de la URSS contactó a los principales líderes de la izquierda latinoamericana para darles financiamiento y ayudarlos en su ‘postura anti norteamericana’.”[13]
“[Allende] habría recibido cuantiosas sumas de dinero de parte de la Unión Soviética, aparte de los millonarios recursos que llegaban regularmente al Partido Comunista, que fue parte de su gobierno. Se menciona que en 1970, año de la elección presidencial, se le dio un ‘subsidio personal de $50.000’ […] En octubre de 1971, […] Allende habría recibido otros $30.000 […] Y en febrero de 1973, […] el jefe de la KGB pidió $50.000 más para el gobierno de Allende.”[14][15]
Por su parte, “las contribuciones de la CIA en Chile son materia conocida. […] Por ejemplo, en 1964 Estados Unidos destinó 3 millones de dólares (equivalentes a 16 millones de dólares de 1997) a la campaña de Eduardo Frei Montalva. En 1970, se aprobaron 425 mil dólares (1 millón 758 mil dólares de 1997) a las candidaturas no marxistas. En 1971, se canalizaron 3 millones 577 mil dólares a los partidos, movimientos e instituciones antimarxistas, y entre enero y septiembre de 1973, se destinaron 200 mil dólares.” (Fontaine, A., 1998)
No hace falta una regla de cálculo ni profundizar demasiado en el tema para evidenciar que Chile fue, no sólo uno más de los escenarios en que se desarrolló la Guerra Fría, sino que además, nuestra suerte estuvo condicionada por los intereses de la izquierda, centro y derecha política de nuestro país, motivados nuevamente por la obtención del poder a cualquier precio, involucrándonos en una interminable pugna polarizada por las ideologías dicotómicas que al día de hoy siguen agrietando el tejido social chileno.
La clase política continúa utilizando como arma de batalla este enfrentamiento, con el fin de dividir y conquistar su fin último: Manipular a la población para satisfacer su lujuria de poder político y económico. La única forma de no continuar con este círculo vicioso es dejar de ser ingenuos; enfrentar el hecho de nuestros representantes hipotecaron nuestros sueños, aspiraciones —y peor aún—, nuestra libertad soberana en su propio beneficio de manera servil y artera, sometiéndose a los caprichos y mezquindades de sus titiriteros.
Después de casi cincuenta años, es momento de comprender y aceptar esta incómoda verdad para darle vuelta a la página a este tan ajado libro. Para leer la segunda parte, click AQUÍ
--------- NOTAS: [1]https://www.bcn.cl/historiapolitica/resenas_parlamentarias/wiki/Salvador_Allende_Gossens
[2] https://www.elcato.org/como-allende-destruyo-la-democracia-en-chile
[3] https://ciperchile.cl/2016/04/19/patricio-aylwin-y-las-heridas-de-1973/
[4] https://www.cepchile.cl/milton-friedman-y-sus-visitas-a-chile/cep/2016-05-04/150454.html [5] https://radio.uchile.cl/2009/11/27/qu%C3%A9-es-la-derecha/ [6] https://www.almendron.com/blog/wp-content/images/2016/03/43a98dba4.pdf
[7] https://ellibero.cl/opinion/sergio-munoz-riveros-1973-allende-y-la-intromision-cubana/
[8] https://www.elcato.org/c-mo-allende-destruy-la-democracia-en-chile [9] http://forodesaopaulo.org/wp-content/uploads/2014/07/01-Declaracion-de-Sao-Paulo-19901.pdf
[10] https://blog-dialogoafondo.imf.org/?p=11686 [11] http://www.enriquekrauze.com.mx/joomla/index.php/opinion/94-art-critica-politica/926-arqueologia-del-populismo.html
[12] https://elpais.com/internacional/2017/02/04/actualidad/1486229375_873986.html [13] https://ellibero.cl/actualidad/la-mano-de-la-kgb-y-la-cia-en-el-quiebre-democratico-en-chile/ [14] https://ellibero.cl/actualidad/la-mano-de-la-kgb-y-la-cia-en-el-quiebre-democratico-en-chile/
[15] Se presume que las cifras están expresadas en dólares americanos.
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