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Covid-19, libertad y estatismo

por Andrés Bruzzone Barrera



Durante las últimas semanas, y a raíz de la contingencia, se ha ido poniendo de moda la pregunta sobre cómo una sociedad libertaria podría defenderse contra una pandemia como la del coronavirus. Socialistas y keynesianos defendiendo medidas centralizadas de los Estados de bienestar, libertarios por la vereda opuesta, intentando explicar cómo enfrentaríamos el problema en una economía libre.

Primero, es esencial detenernos y hacer una reflexión. Hay cosas en la vida que no deben caer torpemente en la discusión “capitalismo vs Estado”. Ante un amor no correspondido, por ejemplo, ¿iría alguien al ayuntamiento de la ciudad, o al congreso a pedir un decreto para que la persona que no se enamoró de él cambie sus sentimientos? ¿Qué pasaría si nos llegara a invadir una civilización extraterrestre con millones de años más de desarrollo tecnológico, o nos cayera un meteorito? En este caso que sufrimos una pandemia, ¿tiene sentido pedirle soluciones mágicas a los Estados o intentar poner a prueba el capitalismo indagando en qué tipo de soluciones éste sistema podría proveer?

Quizás, la clave para avanzar en el debate, es aterrizar en el campo de la responsabilidad individual en contra del paternalismo estatal que nos trata como interdictos, ordenándonos qué hacer y no hacer. Éste, mediante a sus políticas de “protección” ha hecho que generaciones completas no hayan ido desarrollando habilidades para enfrentarse a la vida, dejando la responsabilidad individual a la deriva. A tal punto, de que los individuos ni siquiera necesitan pensar por ellos mismos para solucionar muchos de sus problemas o conseguir lo que quieren. Dicho de otra manera, existen muchas personas que, inconscientemente, no tienen ansias por emprender o dar lo máximo de sí, pues es el Estado el que se encarga de su bienestar. No es necesario cuidarse, pues es el Estado el que se encargará de eso, no es necesario ahorrar para el futuro; el Estado los “proveerá” de pensiones. Si el Estado no les dice que hay que lavarse las manos, mantener distancia, evitar multitudes y hacer cuarentena, entonces difícilmente lo harán. En Chile incluso, había gente que protestaba para que el Estado decretara cuarentena total, siendo que las mismas personas no tenían ningún impedimento para hacerlo voluntariamente. Lo mismo en España, que hemos estado oyendo a personas pedir endurecer las medidas.

Aun así, con toda la deformación que estas generaciones traen, las iniciativas privadas y los órdenes espontáneos logran florecer en mayor o menor medida en éste infectado desierto de estatismo. De hecho, antes de los decretos estatales muchas personas ya se cuidaban con guantes y máscaras, se saludaban sin abrazos ni besos, cancelaban reuniones masivas y veíamos (y todavía vemos) una esperanzadora reacción de ciertos desarrollos científicos, tecnológicos y aportes económicos voluntarios de muchas empresas, particulares y fundaciones. Entre estos, destacan las aplicaciones de reuniones virtuales, que han hecho que al menos el mundo académico pueda funcionar con relativa normalidad y se puedan realizar reuniones sociales, familiares y laborales. Bill Gates donó 100 millones de dólares a la causa, BBVA, 25 millones de euros. Decathlon donó mascarillas de buceo, que en conjunto con adaptadores creados en impresoras 3D, lograron fabricar respiradores artificiales. La empresa textil Mango aportó con 2 millones de mascarillas y lo mismo Inditex (de Amancio Ortega) que ha realizado diversas donaciones en el marco de la pandemia.

Ahora bien, aun cuando alguien defendiera el Estado del bienestar, no creo que esté de acuerdo en que las medidas tomadas, al menos en España, sean razonables. Más bien hemos perdido el horizonte, hemos superado el margen de la proporcionalidad, cayendo en un paternalismo exagerado: confinamiento de carácter absoluto, permanecer todos en casa sin poder salir ni siquiera a hacer deporte. Solamente está permitido ir (de a uno) para comprar lo “necesario” en los almacenes o farmacias cercanas a la residencia de cada uno, y siempre bajo el control de policías, que en algunos sectores se han puesto a revisar a la salida de los supermercados qué productos hemos adquirido, verificando así, que solo compremos lo "necesario". Todo esto, acompañado de las prohibiciones y medidas más absurdas, que afectan a autónomos y empresas. Se ha prohibido despedir a empleados, se ha hablado de congelar precios y de controlar el movimiento y datos de la gente a través los móviles. Incluso, ya es una realidad que la inspección del trabajo ha sumado a policías y personal de hacienda a revisar los ERTES. ¿No hubiera sido mejor, en el paradigma intervencionista, que estas duras medidas hubieran sido orientadas tempranamente a la población más riesgosa, confinando por ejemplo, en primera instancia sólo a los habitantes de las grandes urbes, asmáticos y a todos los adultos mayores de cierta edad?

Justamente la peor cara del centralismo, es que estas medidas han sido aplicadas transversalmente en toda España. Las autoridades ni siquiera han sido capaces de dejar que cada comunidad tome sus propias medidas. ¿Es lo mismo tener cuarentena en la Comunidad de Madrid, que en Extremadura o Aragón? ¿Qué sentido tiene estar en cuarentena en un lugar donde la densidad poblacional es significativamente menor que en lugares de mayor concentración? Existen poblados donde las personas tienen vecinos a cientos de metros de distancia, ¿por qué deben someterse a las mismas medidas?

Por otra parte, suponemos que quienes están en pro de estas medidas es porque su fin es defender la vida. Pues bien, posiblemente una vez que termine esta crisis comiencen a aparecer los efectos secundarios del confinamiento: obesidad, suicidios, violencia intrafamiliar, discusiones por la tutela de niños con padres divorciados, etc. Además, cerca de 1,3 millones de habitantes mueren al año en el mundo por accidentes de tránsito, cifra bastante superior a cualquier tipo de proyección y análisis estadístico que se haga sobre el coronavirus. Siguiendo entonces la misma lógica y siendo coherentes, debemos entonces una vez termine esto, legislar y prohibir subirnos a un coche y solo permitir por decreto estatal trasladarnos a pie, en tren, o avión (incluso los más radicales podrían prohibir estos medios de transportes). Es más, la primera causa de muerte a nivel mundial son las enfermedades coronarias, por lo tanto, a la legislación anterior debiéramos añadirle la prohibición total del tabaco, prohibición de consumo de alimentos altos en colesterol e incluso controlar activamente, mediante algún mecanismo, las horas y el tipo de deporte que cada uno hace semanalmente. Además, ¿pensarán éstas personas que la economía no es parte de la vida?

Una economía libre por su parte, permite e incentiva el desarrollo de las habilidades personales. Posiblemente, una sociedad con menor control estatal tenderá a estar compuesta por ciudadanos más responsables, que en cuanto se enteren de la amenaza de un virus, se tiendan a cuidar más que como lo hacían antes, reduciendo el contacto con otras personas, evitando reuniones sociales, o incluso habrán personas de mediana edad, que gocen de buena salud y deseen contagiarse deliberadamente ellos y a sus hijos, para luego crear inmunidad frente al virus y poder quedar al servicio de familiares o conocidos.


Además, posiblemente en un mundo más libre, las comunidades serían más autosuficientes y se realizarían confinamientos sectoriales a nivel de ayuntamientos o comités de comunidades de vecinos, tomando decisiones mucho más personalizadas, ágiles y específicas que las que actualmente toma un presidente detrás de una palestra, y afectan a un país completo por igual. También, el mecanismo de ajuste de los factores de producción, entre ellos la fuerza laboral, sería más flexible, asignándose rápidamente trabajadores de un rubro a otro, por ejemplo trabajadores de la construcción o industrias manufactureras, a empresas sanitarias y de limpieza, que hoy día han colapsado y no dan abasto. Las sociedades más intervenidas son más rígidas y ralentizan estos procesos, a través de regulaciones como la ley de salario mínimo, indemnización por despido, requisitos de contratos, etc.

Finalmente ante una crisis como la que vivimos hoy, una economía menos intervenida, lejos de estar sumida en recesiones financieras basadas en burbujas originadas por los bancos centrales (organismos estatales creadores de deuda, que manipulan artificialmente la tasa de interés, generando descoordinaciones en los proyectos empresariales), solo comprometería los ahorros de la sociedad y podrían sostener por más tiempo periodos difíciles y de mejor manera.

Independientemente de todo esto, es irremediable que las decisiones de los agentes económicos están sujetos a los límites naturales de la capacidad humana, a errores, y a los límites que la tecnología y ciencia nos ofrece, por lo que es muy probable que en una sociedad como la recién descrita, igualmente existan contagios y muertes. Ahora bien, se gozaría de mayor desarrollo tecnológico, médico y científico que permita aminorar los riesgos y más aún, los errores en estas sociedades son siempre a menor escala, no así en las medidas centralizadas, donde los errores son de grandes magnitudes y el cálculo económico se imposibilita. Basta con ver el caso de los 60 mil test rápidos imprecisos que el gobierno español adquirió de China y luego tuvo que devolver.

En conclusión, lo más importante es que la libertad posee -en su esencia- un atributo del que cualquier sistema centralizado carece: la libertad en sí misma. La libertad no te ofrece un paraíso en la tierra, no te ofrece la vida eterna ni te promete solucionar todos los problemas.

“La libertad no es una panacea, sino una alternativa desafiante y difícil, que implica grandes avances, pero que también conoce riesgos y responsabilidades pesadas, y que en su avance conoce perdedores y suscita temores”.- Mauricio Rojas

Así, la libertad solo te garantiza libertad, y por lo mismo, no es de extrañar que sea una idea que goce de menor audiencia que el discurso de la mano visible que ofrece el Estado de bienestar. Esto último, debiéramos no olvidarlo, sobre todo quienes defendemos la libertad, pues muchas veces caemos en el barro de debates que no nos competen, o que no están a la altura de éste valor.

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